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Perdido en Buenos Aires
Antonio ГЃlvarezВ Gil
En septiembre y noviembre de 1927 se celebrГі en Buenos Aires uno de los encuentros mГЎs apasionantes en la historia del ajedrez mundial. El cubano JosГ© RaГєl Capablanca perdiГі el tГtulo de campeГіn mundial ante el jugador ruso-francГ©s Alexander Alekhine. Esta novela recrea aquellos hechos. Por las pГЎginas de Perdido en Buenos Aires desfilan Carlos Gardel y otras figuras del escenario y la farГЎndula de la ciudad.
Perdido en Buenos Aires
Antonio ГЃlvarezВ Gil
© Antonio Álvarez Gil, 2020
ISBNВ 978-5-0051-3415-8
Created with Ridero smart publishing system
PERDIDO EN BUENOS AIRES
Premio de Novela В«Mario Vargas LlosaВ»
2009
AВ la memoria de mis padres.
AВ Galia, hoy y siempre.
ВїQuГ© Dios detrГЎs de Dios la trama empieza
de polvo y tiempo y sueГ±o y agonГas?
JORGE LUIS BORGES Ajedrez
CAPГЌTULOВ 1
Mucho antes de que Alexander Alekhine realizara su Гєltimo movimiento con las piezas negras, JosГ© RaГєl Capablanca era consciente de haberse metido en una dinГЎmica que conducГa sin falta aВ la derrota. No habГa logrado, sin embargo, salirse de ella. SabГa tambiГ©n que su posiciГіn actual no daba siquiera para tablas. Le aterraba la idea de perder la primera partida del encuentro en el que defendГa la corona de campeГіn mundial. SerГa, ademГЎs, la primera derrota en su cuenta particular con el ajedrecista ruso. El maestro cubano conocГa muy bien aВ Alekhine, estaba familiarizado con su juego frГo y calculado y sabГa que no habГa nada que hacer. Por eso, cuando la mano de su adversario planeГі despacio sobre el tablero y se detuvo aВ unos centГmetros de la torre negra, JosГ© RaГєl Capablanca dio el juego definitivamente por perdido. AsГ, ardiendo de impotencia y rabia, vio cГіmo el hombre completaba la jugada. La mano quedГі un instante suspendida en el aire; luego bajГі, rauda y decidida, y con tres de sus dedos agarrГі la pieza y la hizo moverse un paso aВ la derecha. Alekhine pulsГі el botГіn del reloj, se recostГі en el asiento y respirГі. Era su manera de decirle que se acababa el juego. Capablanca fijГі la atenciГіn en la torre, instalada ya en su nuevo emplazamiento. Entonces la pequeГ±a figura creciГі hasta convertirse en una muralla insalvable que amenazaba con asfixiar al soberano blanco. Desde lo alto de sus almenas bajaban rГos de aceite hirviente que perseguГan al infortunado monarca con la intenciГіn de arrinconarlo en lo mГЎs profundo de su reino…
Conmocionado por lo que consideraba un accidente, Capablanca no tocГі una sola de las pocas figuras blancas con las que habГa pensado disputar el final. Un despecho insoportable le cortaba el aliento. Se limitГі aВ inclinar ligeramente la cabeza y tender la mano aВ Alekhine. Luego, sin esconder el disgusto, dijo: В«estГЎ bien, ha ganado ustedВ», y estuvo aВ punto de agregar: В«por finВ». El ruso sonriГі, y Capablanca se levantГі de la mesa donde habГan quedado huГ©rfanas sus piezas y le dio la mano al ГЎrbitro. Г‰ste respondiГі al saludo con una chispa de decepciГіn en la mirada. Y enseguida, tras felicitar aВ Alekhine, se acercГі aВ la puerta de la sala donde se dirimГa el campeonato mundial de ajedrez y la abriГі de par en par. El pГєblico que se agitaba fuera guardГі un silencio sГєbito, tratando de adivinar lo que habГa ocurrido tras aquellas puertas. Pronto, sin embargo, quedГі claro… Y un murmullo sordo se levantГі en el aire de la estancia. Entre el grupo de colegas que esperaban, Capablanca distinguiГі el rostro sorprendido de Rolando Illa, su gran amigo y valedor en la Argentina. Se encontraba aВ unos pasos del umbral y se veГa serio, evidentemente contrariado. Entonces levantГі la mano y lo saludГі, tratando de sonreГr. Illa, por su parte, le respondiГі con una sonrisa de circunstancias; y sin pronunciar palabra, recorriГі la distancia que los separaba y le tendiГі la mano. AdemГЎs de Rolando Illa, algunos otros amigos y colegas rodearon al perdedor de la partida para saludarlo y brindarle su apoyo.
Entretanto, Alexander Alekhine permanecГa en su asiento, contemplando absorto las piezas de su adversario, como si estuviera todavГa estudiando el juego y tratando de explicarse aВ sГ mismo lo que habГa ocurrido sobre el tablero. Pronto – cГіmo no – fue tambiГ©n cercado por sus simpatizantes y amigos. Y, claro estГЎ, por aquellos que se las ingenian siempre para estar presentes en las celebraciones de los triunfos.
Finalmente, JosГ© RaГєl Capablanca cogiГі la gabardina que le tendГa un conserje, se calГі el sombrero y se alejГі del salГіn donde habГa comenzado aВ quebrarse el mito de su imbatibilidad. En la planta baja del Club Argentino de Ajedrez reinaba una actividad frenГ©tica. HabГa decenas de periodistas, expertos en el juego y mucho pГєblico en general, argentinos del pueblo que habГan venido aВ aplaudir la victoria del cubano y no podГan aceptar la noticia de su derrota. Al verlo aparecer, la gente se agitГі. Todos querГan expresarle su simpatГa, decirle alguna palabra de ГЎnimo. Capablanca levantГі la vista aВ ellos y, forzando una sonrisa, los saludГі con un movimiento de la mano. Luego resistiГі como pudo los relГЎmpagos de las cГЎmaras, fingiendo dar la cara aВ los objetivos que lo apuntaban, pero declinГі responder aВ las preguntas de varios periodistas que intentaron abordarlo. AsГ, sin otras muestras de cortesГa y sin hablar con nadie, caminГі hacia la salida. ParecГa un mariscal pasГЎndole revista aВ la tropa. De toda su persona emanaba un saber estar y un orgullo natural extraordinarios. Nadie que lo hubiera visto en aquel momento, moviГ©ndose con elegancia por el salГіn entre el gentГo, habrГa dicho que aquel hombre era el perdedor de la partida. Rolando Illa lo acompaГ±aba en silencio. Capablanca llevaba la cabeza erguida y la vista fija en algГєn punto lejano. SГіlo Г©l sabГa que tenГa la mirada nublada, y que un torbellino de ideas encontradas le fustigaba la conciencia. ВїCГіmo habГa podido ocurrir?, se decГa una y otra vez. TendrГa que reconstruirlo todo y precisar en quГ© se habГa equivocado. En cualquier caso, habГa comenzado aВ sospechar que el encuentro con Alekhine serГa realmente largo y trabajoso.
CAPГЌTULOВ 2
Cuando al dГa siguiente llegГі al nГєmero 144В de la calle Carlos Pellegrini, ya Rolando Illa lo esperaba ante la entrada del Club Argentino de Ajedrez. AnochecГa, y entre la fronda de los ГЎrboles plantados junto aВ la acera los gorriones no paraban de alborotar. MГЎs allГЎ, aВ lo largo de la calzada, las farolas comenzaban aВ iluminarse. DespuГ©s de intercambiar con Г©l algunas frases de saludo, Illa expuso que lo mejor que podГan hacer era llamar un taxi e irse aВ cenar juntos. AsГ tendrГan oportunidad de hablar mГЎs despacio sobre todo lo ocurrido la jornada anterior. Г‰l invitaba. Capablanca sonriГі, lo del restaurante era una buena idea; pero preferГa caminar…
AГєn estuvieron un buen rato conversando en la acera, mientras las sombras se extendГan poco aВ poco por el cielo de Buenos Aires. Por fin echaron aВ andar en direcciГіn aВ Corrientes. En los boliches y cafГ©s de Carlos Pellegrini comenzaba aВ observarse la animaciГіn de la noche porteГ±a. Entre tanto, por las puertas y ventanas de algunos restaurantes se escurrГan los olores del asado argentino, que viajaban acompaГ±ados de la melodГa tristona de algГєn tango de moda. Capablanca tenГa hambre y, por quГ© no, ganas de disfrutar de aquella mГєsica que le era tan querida. Sin embargo, preferГa alejarse de allГ. No habrГa querido verse reconocido por algГєn aficionado al ajedrez y ser interpelado sobre su desastrosa partida inaugural. De manera que siguieron andando sin prisa por la acera de Carlos Pellegrini. Al llegar aВ Corrientes torcieron hacia Puerto Madero, y Capablanca sintiГі sobre la piel del rostro el efluvio hГєmedo que llegaba desde las costaneras y atemperaba la noche. Entonces propuso bajar hasta los diques. La tarde anterior, paseando por aquella zona, habГa visto varios establecimientos que le llamaron la atenciГіn. ВїRecuerda el nombre de alguno?, preguntГі Illa, con la evidente intenciГіn de animarlo. Capablanca, sin embargo, optГі por negar con la cabeza y hundirse de nuevo en sus propios pensamientos.
Se sentГa rebosante de hiel. ВїQuГ© clase de campeГіn del mundo era, que ni siquiera recordaba el nombre de las cosas? Recordaba en cambio (Вїpor suerte oВ por desgracia?) los movimientos y jugadas de la partida perdida la jornada anterior. Ya habГa tenido oportunidad de repasarlos en la soledad de su cuarto de hotel. Si hace tan sГіlo unos dГas alguien le hubiera afirmado que las cosas ocurrirГan de aquel modo, no lo habrГa creГdo. En lo absoluto. La primera partida por el tГtulo, quizГЎs la mГЎs importante, la del impacto. La habГa perdido ante un ajedrecista que Г©l siempre habГa considerado inferior. Ahora necesitaba refrescar sus ideas, pensar y repensarlo todo, incluida su estrategia general. Por suerte, estaba Rolando Illa, que seguГa caminando aВ su lado, otra vez en silencio. Apreciaba enormemente la amistad de este cubano nacido en Nueva York y convertido luego en argentino. SabГa que estarГa aВ su lado aВ la hora de la victoria; pero que tampoco lo abandonarГa tras una derrota como aquГ©lla.
Al atravesar la calle Esmeralda, Rolando hablГі de nuevo. SeГ±alГі hacia el pГіrtico del teatro Maipo, que asomaba aВ medianГa de cuadra, y dijo que hasta hacГa unos aГ±os aquel teatro llevaba el nombre de su calle. Y agregГі que era uno de los sitios que mГЎs apreciaba en la ciudad. Capablanca lo mirГі inquisitivo, e Illa explicГі que allГ habГa oГdo cantar aВ Carlos Gardel cuando reapareciГі tras ser baleado en el pulmГіn. Fue una de sus primeras actuaciones con la bala dentro. TodavГa cantaba aВ dГєo con Razzano. ВЎQuГ© clase de espectГЎculo! Ahora sГ, vivamente interesado en lo que oГa, Capablanca volviГі el rostro hacia su amigo. Disculpe, dijo, pero no conozco bien la historia, Вїpor quГ© no me la cuenta? HabГa leГdo algo en la prensa de Nueva York, pero la verdad es que no conozco casi nada de eso. ВїQuiГ©n quiso matarlo? Un hombre de apellido Guevara, dijo Illa. Fue en una discusiГіn, aВ la salida del Palais de Glace. Rolando Illa se detuvo, lanzГі una mirada sesgada aВ Capablanca y preguntГі: ВїDe verdad le interesa? Por supuesto, me interesa mucho. Y usted sabe que, ademГЎs, me gusta mucho el tango. No conozco bien los detalles, reconociГі Illa, pero lo que sГ puedo asegurarle es que estuvo como un aГ±o sin actuar… Y que esa noche casi todo el mundo en el teatro llorГі oyГ©ndolo cantar de aquel modo, sabiendo que lo hacГa con una bala en el pulmГіn. Fue impresionante. Gardel no habГa perdido la frescura de sus primeros tiempos; seguГa siendo el В«Morocho del AbastoВ», pero la bala se le habГa quedado para siempre en el pulmГіn. ВїY anda asГ, con ella dentro?, preguntГі Capablanca. Pues sГ, respondiГі Illa, asГ anda y, por supuesto, canta. Y asГ andarГЎ por siempre, sentenciГі. ВїQuГ© me dice? Capablanca no podГa contener su asombro. Realmente se sentГa vivamente interesado por la historia que le contaba Illa. Y ahora, por cierto, ВїdГіnde estГЎ Gardel?, inquiriГі, hace tiempo que no oigo hablar de Г©l. Rolando Illa sonriГі. Ahora estГЎ aquГ, en Buenos Aires, aunque viaja mucho. El aГ±o pasado estuvo en EspaГ±a, me parece que en Barcelona, y creo que pronto se irГЎ de nuevo aВ Europa. Capablanca parecГa haberse animado. ВїNo sabe si estГЎ actuando en algГєn sitio?, siempre he soГ±ado con oГrlo cantar en persona. Rolando Illa sonriГі, satisfecho. Puede ser, dijo. Creo que aВ veces actГєa en el В«CafГ© de los AngelitosВ». En todo caso, dicen que ahГ cena cada noche. Al escuchar el nombre del establecimiento, JosГ© RaГєl Capablanca sonriГі por primera vez en mucho tiempo. ВїSe llama asГ, de veras? ВїNo sabe dГіnde estГЎ? ВїPodrГamos ir? Sorprendido por la tanda de preguntas, Rolando Illa no podГa responder aВ ellas. ВїQuГ© le parece?, dijo todavГa Capablanca. Illa metiГі la mano en un bolsillo, sacГі una cajetilla de cigarros y encendiГі uno. Cuando expeliГі el humo, replicГі porВ fin:
– Le propongo ir aВ cenar primero. La verdad es que yo tengo bastante hambre. Si le interesa, allГ podremos hablar mГЎs sobre ese tema. De entrada, le prometo averiguar dГіnde Gardel estГЎ cantando ahora. No crea; aВ mГ tambiГ©n me gustarГa oГrlo.
Capablanca hizo un gesto de aprobaciГіn.
– Creo que es buena idea. Por lo demás, yo estoy igual de hambriento.
En la Avenida Leandro Alem torcieron aВ la izquierda y caminaron en el sentido de la Plaza Roma. Al llegar aВ la esquina, Capablanca preguntГі hacia dГіnde se dirigГan y dГіnde iban aВ cenar. Por lo visto, ya no serГЎ en Puerto Madero, dijo en tono jovial. SerГЎ mucho mejor, respondiГі Illa; y explicГі que querГa llevarlo aВ un sitio de comida criolla; un sitio, ademГЎs, con una vista muy interesante sobre la ciudad. Anduvieron todavГa unos minutos mГЎs, hasta que, finalmente, Illa se detuvo ante un edificio alto, de arquitectura modernista, en cuyo pГіrtico se veГa un anuncio lumГnico con el nombre del lugar: В«Hotel ReginaВ». AquГ es, dijo. Junto aВ la entrada, un hombre uniformado les dio la bienvenida y les abriГі la puerta. En el vestГbulo, que estaba decorado en blanco con muebles de estilo clГЎsico, Capablanca siguiГі aВ Illa hasta la cabina del ascensor. AllГ el ascensorista les abriГі la puerta y, una vez dentro, les preguntГі aВ quГ© piso iban. Al restaurante, respondiГі Illa, y el hombre accionГі una palanca de bronce que sobresalГa de la pared y puso en marcha el artefacto, que comenzГі aВ elevarse pesadamente hacia los pisos superiores del inmueble. Ya arriba, Rolando Illa le dejГі una propina al empleado y saliГі del ascensor, seguido de Capablanca. HabГan llegado aВ un vestГbulo mГЎs bien pequeГ±o, provisto de una puerta que daba acceso al restaurante. Al verlos aparecer, un mozo vino hasta ellos y se hizo cargo de sus gabardinas y sombreros. La puerta del local se mantenГa abierta, y por ella escapaba la mГєsica de un piano. En el vestГbulo habГa un par de sofГЎs para la espera y una ventana hacia la calle. Instintivamente, Capablanca se acercГі aВ la ventana y echГі un vistazo aВ los tejados de los edificios circundantes. Entonces Illa explicГі que el restaurante habГa sido construido en la Гєltima planta del edificio, y que tenГa unas vistas magnГficas, dignas de admirar. En gran medida, por eso lo habГa llevado allГ.
Ya dentro, fueron recibidos por el maГ®tre, quien, despuГ©s de darles las buenas noches, los invitГі aВ seguirlos. El local estaba bastante concurrido, pero era espacioso y habГa varias mesas vacГas. El hombre los condujo aВ travГ©s de ellas hasta una que estaba situada junto aВ la pared del fondo. Г‰sta daba al sur y estaba provista de un amplio ventanal acristalado. Al ver el panorama que se abrГa antes sus ojos, Capablanca no pudo reprimir una exclamaciГіn de jГєbilo. Y se quedГі absorto, de pie junto al cristal. No recordaba los motivos, pero en ninguna de sus dos visitas anteriores habГa tenido la oportunidad de contemplar aВ Buenos Aires desde una altura como aquГ©lla. Un ocГ©ano de luces parecГa extenderse hasta mГЎs allГЎ del mundo imaginable. En medio de la estampa, la Casa de Correos blanqueaba en la noche como la cresta nevada de un monte lejano. De un lado discurrГa la Avenida Leandro Alem, un rГo de luz oscurecido aВ ratos por la espesura de su arbolado. Del otro, Puerto Madero era un tupido entramado de grГєas, navГos iluminados y reflejos en el agua oscura del canal. Capablanca respirГі profundo y comentГі en voz alta que debГa de ser muy agradable vivir en Buenos Aires. Se veГa que era una ciudad muy interesante. Rolando Illa lo invitГі aВ sentarse, al tiempo que se sentaba Г©l mismo. Era verdad; en cualquier caso, aВ Г©l le gustaba mucho. Y aВ usted, por cierto – agregГі sonriente – , lo veo un poco mГЎs animado. Capablanca tambiГ©n sonriГі. SГ, se sentГa mejor. Es mГЎs, le parecГa que ya habГa pasado lo peor. ВїDe veras? Por supuesto. Durante todo este tiempo he estado pensando en la partida con Alekhine. La he reconstruido y ya sГ© muy bien dГіnde me equivoquГ©. Illa encendiГі un cigarro. ВїCompartirГa esos errores conmigo? ВїCon quiГ©n mejor que con usted?, dijo Capablanca, ademГЎs, no sГ© si sabe que voy aВ reseГ±ar las partidas para el diario CrГtica. Y antes de escribir sobre Г©sta, no me vendrГa mal hablar un poco de ella. En este punto hizo una pausa y echГі otra rГЎpida mirada al panorama que se extendГa tras el cristal. AВ ambos lados de los diques, el alumbrado del puerto formaba una guirnalda parpadeante que se disolvГa poco aВ poco en la oscuridad y la bruma de la distancia. Aquella vista de la ciudad nocturna comenzaba aВ hacerlo sentir de buen humor. Cuando se disponГa aВ continuar hablando, el maГ®tre se acercГі aВ la mesa y les entregГі la carta con el menГє. Gracias por la confianza, dijo entonces Illa; pero primero tendremos que decidir quГ© vamos aВ comer y beber. El hombre, que se habГa quedado de pie junto aВ la mesa, preguntГі si deseaban algГєn aperitivo. Illa pidiГі un Martini y Capablanca una botella de agua mineral. Muy bien, dijo el camarero y se alejГі.
– ¿Me recomienda algo? – dijo entonces Capablanca, abriendo la carta – . Quiero decir, para comer.
Illa se puso las gafas y comenzГі aВ estudiar el menГє. Se veГa que le causaba gran placer hacerlo. De repente dijo:
– No sé, realmente. De la comida argentina a mà me gusta casi todo. Pero ya sabe, lo principal aquà es la carne.
Capablanca, por su parte, no sabГa quГ© elegir. Todo sonaba bien. Finalmente, pidieron asado criollo y vino tinto de Mendoza, como no podГa ser de otro modo. Cuando el maГ®tre se hubo retirado, Capablanca siguiГі hablando.
– Le decГa que ya puedo contarle algo sobre la partida. Todo este tiempo he estado estudiГЎndola en la mente, tratando de precisar mis fallos…
– ¿Y ha dado con ellos?
– SГ, claro; aunque, si le digo francamente, el doctor Alekhine tampoco estuvo brillante. Г‰l cometiГі tambiГ©n varios errores. SГіlo que supo aprovechar mejor los mГos.
– Por ejemplo…
Capablanca se sacГі del bolsillo una pequeГ±a hoja y se la tendiГі aВ Rolando Illa.
– Mire esto. Son las anotaciones de la partida. Ahà puede ver todo lo que pasó.
Illa estuvo un rato leyendo los apuntes. Cuando levantГі la vista hacia Capablanca, Г©ste siguiГі hablando.
– Creo que ahora me entenderá si le digo que ninguno de nosotros dos hizo una buena partida. Yo, en particular, me equivoqué en varias jugadas.
Illa sonriГі escГ©ptico.
– No sé qué decirle…
Capablanca seГ±alГі hacia la hoja de las anotaciones.
– ¿QuerГa ejemplos? AhГ los tiene. Mire la jugada 14. Me entretuve moviendo la torre sin crear ningГєn peligro y dejГ© de comerme un peГіn suyo con mi caballo mГЎs adelantado. CalculГ© mal el tempo y perdГ la oportunidad de sacar ventaja material. Г‰l vio mi pifia y resguardГі el peГіn moviendo su caballo. De paso, ganГі en posiciГіn. Luego, en la jugada 15, Г©l saca la dama, que en combinaciГіn con su caballo representaba un serio peligro para mГ. Yo lo debГ haber visto venir; pero me di cuenta demasiado tarde.
– Un momento – dijo Illa – , dГ©jeme ver… SГ, tiene razГіn.
– Con todo, todavГa pude haber salvado la partida, logrando aunque fuera tablas; pero en la siguiente jugada cometГ un error mГЎs serio aГєn: si hubiera retrasado el caballo lo habrГa obligado aВ retirar el suyo de esa casilla. No sГ© por quГ©, pero no vi el peligro y movГ la torre hacia esa ingenua posiciГіn que usted ve ahГ. Yo habГa calculado sГіlo un cambio de caballo por alfil; pero Г©l jugГі con el caballo, me comiГі un peГіn en la segunda fila y me amenazГі la torre seriamente. ВїLoВ ve?
Rolando Illa moviГі la cabeza, como si no pudiera creer lo que veГa y escuchaba.
– SГ, claro – dijo – ; pero en su siguiente movimiento, Г©l desaprovechГі la oportunidad de sentenciar el juego.
– Exactamente. Me alegro que lo haya visto. Y estarГЎ usted de acuerdo conmigo en que aquГ las cosas entraron en una dinГЎmica que conducГa aВ tablas. En la jugada 32В yo le comГ un peГіn y recuperГ© la simetrГa en la calidad. Con esto, Alekhine perdiГі la ventaja que habГa tenido. Sin embargo, en el siguiente paso volvГ aВ equivocarme, y este error sГ ya fue definitivo. DebГ haber movido el rey y protegerlo; pero juguГ© con la torre. Como puede usted ver, ahГ perdГ la partida. ВїQuГ© le parece?
Rolando Illa estaba desolado.
– Una pena.
– Yo, francamente, nunca habГa cometido tantos errores juntos. JamГЎs. No quiero restarle mГ©ritos aВ mi adversario; pero desde el encuentro que disputГ© con Corzo por el campeonato nacional de Cuba, con sГіlo doce aГ±os, desde entonces, insisto, esta es la primera vez que mi rival me toma la delantera en el conteo. Y eso tiene, al menos, el mГ©rito de la novedad.
Illa sonriГі sin demasiada convicciГіn.
– Imagino cómo se sentirá…
– Me he sentido mal, por supuesto. Aunque ya no tanto. Sin embargo, lo que más me molesta es saber que perdà contra un rival que tampoco estuvo a la altura. En general, la partida en sà no fue digna de un campeonato del mundo. Pienso que eso tiene que ver con el hecho de que fue la primera. Ni él ni yo hemos jugado bien; pero no hay duda de que el juego de alguno de nosotros mejorará con las partidas venideras. O quizá el de ambos.
– AquГ en la Argentina todo el mundo apuesta por usted. La gente estaba segura de que ganarГa esta partida. MГЎs, siendo la primera…
– Yo lo sГ©, Rolando; por eso me duele mГЎs esta derrota. Usted sabe cГіmo ha sido durante todos estos aГ±os mi relaciГіn con los ajedrecistas argentinos, con la gente de este paГs. Lo menos que imaginaba yo, la verdad, era que no podrГa darles una alegrГa en el dГa de la inauguraciГіn.
En ese momento el camarero trajo el vino, lo descorchГі con manos de prestidigitador y preguntГі quiГ©n iba aВ probarlo. Tras un breve intercambio de gestos de cortesГa, fue Capablanca el encargado de dar el visto bueno al precioso lГquido de las tierras de Mendoza. HabГan traГdo tambiГ©n biscochos, pan y mantequilla, y los dos amigos cogieron sendas rodajas de pan y les untaron mantequilla. Luego Rolando Illa sirviГі vino y propuso un brindis:
– Por su éxito en el encuentro.
– Gracias – dijo José Raúl Capablanca levantando su copa – . Por mà no quedará.
Los dos bebieron varios sorbos, sumidos cada cual en sus pensamientos. Mientras, en el restaurante ocurrГan cosas: al piano se habГan sumado un violГn y un bandoneГіn, y los tres juntos se entregaban ahora aВ la interpretaciГіn de conocidas melodГas de tangos, valses criollos y milongas. Capablanca aprovechГі el silencio para mirar una vez mГЎs aВ travГ©s del cristal. No sabГa la razГіn, pero la vista nocturna de Puerto Madero lo atraГa como un imГЎn. SentГa que le provocaba un efecto tranquilizante. ContГі tres filas paralelas de farolas: la que iba aВ lo largo de los docks, la del paseo y la del otro lado de los diques. Las tres parecГan alargarse hasta el horizonte, para perderse luego en lo que seguramente era el estuario del RГo. En este punto Capablanca retomГі la conversaciГіn. Lo hizo para preguntarle aВ su interlocutor:
– ¿Y usted cómo fue que vino a la Argentina? ¿No estaba mejor en Nueva York?
– Es un relato largo. Primero tendrГa que contarle por quГ© nacГ en Nueva York. ВїQuiere saberlo?
– Por supuesto. No sГ© por quГ© no se lo habГa preguntado nunca; pero es muy interesante.
– Mi padre participГі en la primera guerra de independencia en Cuba. Luego tuvo que emigrar aВ Nueva York. AllГ conociГі aВ MartГ y colaborГі con Г©l en la preparaciГіn de la campaГ±a del 95 – Rolando Illa hizo una pausa, y Capablanca no pudo evitar pensar en su propio padre, que aun siendo cubano habГa optado por militar en el ejГ©rcito espaГ±ol. Por suerte, Illa continuГі enseguida su relato – . AllГ nacГ yo y allГ crecГ y me formГ© como hombre. Al finalizar la guerra, mis padres no pudieron regresar aВ Cuba. Creo que lo dejaron para un poco mГЎs adelante; pero un dГa mi padre muriГі y mi madre no se atreviГі aВ volver sin Г©l. Creo que le resultaba difГcil empezar de nuevo sola. En fin, que nos quedamos definitivamente en Nueva York…
De repente, Illa se interrumpiГі, fijando la atenciГіn en el camarero que acababa de hacer su apariciГіn junto aВ ellos.
– Mire esto. ¡Qué clase de espectáculo!
Se referГa al asado. Lo habГan traГdo sobre un carrito y tenГa, en efecto, una presentaciГіn espectacular. DespedГa, ademГЎs, un olor tan sabroso que era imposible no sentir un fortГsimo deseo de hincarle el diente lo antes posible aВ aquella hermosa carne. Enseguida, el camarero se puso aВ la obra y lo deshuesГі allГ mismo, antes de sacarlo del carrito. DespuГ©s sirviГі la carne, el chorizo y el resto del acompaГ±amiento y, con sus mejores deseos de buen provecho, lo dejГі todo sobre la mesa y se alejГі. Capablanca estaba encantado. Luego de haberse servido un buen trozo de asado, y de los pertinentes cumplidos aВ la cocina argentina, fue el primero en hablar.
– Esto estГЎ exquisito – dijo, y tras unos sorbos de vino, agregó – : Por cierto, sГ© que usted tiene la nacionalidad argentina; y me parece bien. Pero permГtame que le haga una pregunta: ВїNo se siente un poquito cubano tambiГ©n?
Rolando Illa pareciГі crecer en la silla.
– Desde luego que sГ. Mientras vivГ en los Estados Unidos siempre me sentГ cubano, un cubano nacido en Nueva York, pero cubano al fin. Parece que es algo que va por dentro. Los cubanos andan por ahГ y se presentan siempre como cubanos, incluso cuando no han nacido en la isla y no conocen siquiera la tierra de sus antepasados. Pero, por otra parte, llevo veintitrГ©s aГ±os viviendo en la Argentina y aquГ lo tengo todo. AquГ he hecho mi vida. AdemГЎs, este paГs me ha tratado como aВ un hijo. Es imposible no querer aВ la gente, no sentirla como tu propio pueblo. El caso es que en la actualidad me siento tan argentino como cubano. No sГ© si me comprende.
– Claro que lo comprendo. Uno puede sentir que pertenece a dos pueblos sin dejar de querer a ninguno de ellos. Pasa como con los padres, que se quieren lo mismo.
– ¿Y en su caso? Usted ha vivido mucho tiempo en los Estados Unidos. Allà ha llegado a ser quien es…
– Si le digo francamente, yo nunca me he dejado de sentir cubano. Por eso no he querido cambiar la nacionalidad. No podrГa hacerlo, la verdad; aunque este deseo mГo me ha complicado alguna que otra vez las cosas. Recuerdo que una vez me dijeron que no podГa ser el campeГіn de los Estados Unidos porque no tenГa la nacionalidad norteamericana. En esa ocasiГіn respondГ que pronto serГa el campeГіn del mundo y, por tanto, lo serГa tambiГ©n de las AmГ©ricas. Y los Estados Unidos, que yo supiera, eran parte de AmГ©rica. En definitiva, creo que morirГ© siendo cubano.
En ese momento el trГo comenzГі aВ tocar una pieza que captГі inmediatamente su atenciГіn. Lo que primero destacaba en ella era el sonido del bandoneГіn, que se extendiГі enseguida por todo el aire de la estancia. Como un incienso, se dijo Capablanca, dejГЎndose llevar por Г©l. Luego entrГі el piano, marcando el ritmo con sus teclas. Y enseguida se oyГі el llamado del violГn, que acompaГ±ado por los otros dos, comenzГі aВ descubrir los entresijos de una melodГa capaz de araГ±arle el alma al mГЎs insensible de los mortales. Capablanca tuvo la sensaciГіn de que la habГa escuchado antes. Era como si aquellas notas desenterraran alguna zona borrosa de su vida anterior, un rastro aparentemente olvidado que subyacГa en un rincГіn de su memoria. Mientras, la mГєsica continuaba llenando la sala, el bandoneГіn seguГa desangrГЎndose, el piano marcando el ritmo y el violГn quejГЎndose como un ГЎnima en pena. Estaba claro que era la primera vez que oГa aquello; pero, asГ y todo, le producГa la impresiГіn de algo que hubiera estado siempre agazapado en un recodo del camino, esperando la ocasiГіn para saltarle al cuello. ВїPor quГ© asГ, despuГ©s de todo? Illa notГі su desconcierto y le preguntГі quГ© le ocurrГa.
– Nada, es esa música, que me parece conocida, aunque sé que es la primera vez que la oigo. ¿La conoce usted?
– Claro. Es La Cumparsita. Un tango que se está oyendo mucho en los últimos tiempos, aunque dicen que es bastante más antiguo.
– Me recuerda alguna canción cubana. Quizás una habanera…
– Puede ser. No sГ© si sabe que la habanera estГЎ en los orГgenes del tango.
– He oГdo decir algo; pero, sinceramente, no sГ© mucho deВ eso.
Entonces los dos hombres callaron. Entretanto, los acordes de La Cumparsita siguieron un buen rato saliendo del estrado. PartГan en suaves oleadas desde los tres instrumentos, se mezclaban en el aire con una armonГa perfecta y llenaban de mГєsica todo el espacio en derredor. Capablanca los disfrutГі en silencio hasta el final. Cuando la pieza concluyГі, los comensales aplaudieron, y los mГєsicos agradecieron con un gesto al pГєblico y dejaron aВ un lado los instrumentos. Luego se retiraron en direcciГіn alВ bar.
– IncreГble.
– Veo que le ha gustado – dijo Illa, sonriendo satisfecho.
– SГ, mucho. Creo que ese tango darГЎ mucho que hablar.
CAPГЌTULOВ 3
Eran cerca de las once de la noche cuando salieron del hotel. Antes de despedirse, anduvieron un rato por Corrientes, moviГ©ndose entre la gente que salГa aВ esa hora de los teatros oВ merodeaba por los cafГ©s y restaurantes de la zona. Los dos amigos hablaron de la pasiГіn tanguera que en los Гєltimos tiempos se habГa apoderado de Buenos Aires, y Capablanca aprovechГі para decir que se sentГa entusiasmado por aquel ambiente que se respiraba en la ciudad. ReconociГі, ademГЎs, que aГєn se hallaba bajo los efectos de La Cumparsita, y se interesГі por los entresijos de su origen. Illa le explicГі como pudo lo que sabГa sobre la historia, que no era mucho, y Capablanca se prometiГі averiguar un poco mГЎs de ella. Siguieron luego hablando de cantantes y compositores, de letras y melodГas, de otros mil detalles de aquella mГєsica arrabalera que estaba en vГas de conquistar el mundo. De ajedrez, sin embargo, hablaron mГЎs bien poco. Como si el tema en realidad no le importara tanto, Capablanca apenas lo trajo aВ colaciГіn. Se limitГі aВ responder algunas preguntas de Rolando Illa acerca de la partida del dГa anterior, pero ya sin mostrar el entusiasmo de antes. ParecГa haber pasado pГЎgina tras su infortunado primer juego. Era como si, una vez perdido con Alekhine y analizado con Rolando Illa, prefiriera olvidarse de todo lo que tuviera relaciГіn con Г©l. Al menos por ahora. AВ juzgar por lo que hablaba, cualquiera hubiera dicho que las milongas y los tangos le resultaban mГЎs cercanos que los alfiles y las torres.
Finalmente, Rolando Illa se subiГі aВ un tranvГa que surgiГі de alguna calle transversal, y Capablanca se quedГі solo entre el gentГo, observando la imagen del vagГіn que se alejaba y tratando de explicarse aВ sГ mismo quГ© era, en definitiva, lo que le gustarГa hacer aquella noche. QuerГa, ante todo, estar un rato solo, sentirse capaz de dialogar en paz con su conciencia y repasar con calma los acontecimientos de los Гєltimos meses, no sГіlo la partida con Alekhine. Necesitaba, ademГЎs, respirar un poco de aire fresco, despuГ©s de haber pasado varias horas en el ambiente un tanto denso del restaurante. Por todo ello, decidiГі ir caminando hasta el hotel. Y echГі aВ andar, subiendo siempre la calle Corrientes y observando cГіmo era el mundo en derredor. Y el mundo, bien mirado, no estaba nada mal. HabrГa que acercarse aВ Г©l y conocerlo un poco mГЎs de cerca. Pero antes de hacerlo, debГa saldar algunas cuentas con su otro yo. DebГa, por ejemplo, reconocerse algunas cosas. En primera y contrariamente aВ lo que habГa estado aparentando ante Illa, no era del todo cierto que hubiera asimilado la derrota. Le seguГa doliendo – vaya si le dolГa – , sobre todo por el modo en que habГa jugado aquella tarde. El suyo habГa sido un juego indigno del campeГіn del mundo. Cada vez que recordaba su caГіtico ir y venir por el tablero, sentГa una punzante indignaciГіn contra sГ mismo. SabГa, no obstante, que aquello era un revГ©s pasajero, que al final ganarГa el encuentro con Alekhine y revalidarГa el tГtulo de campeГіn del mundo. CreГa honradamente que, hoy por hoy, Г©l seguГa siendo, pese aВ todo, el ajedrecista mГЎs fuerte del planeta. Lo habГa demostrado en marzo en Nueva York.
Lo de reunir allГ aВ los maestros mГЎs importantes del ajedrez mundial habГa sido una excelente idea. La idea – suya, para que nadie dudara de su integridad – era tan limpia como sencilla: de aquel grupo de corifeos debГa salir el retador al trono. Y en aquel torneo estuvieron los mejores, ciertamente. ВїQuГ© otra cosa, si no, podГa decirse de Marshall, Vidmar, Spieldman, Nimzowitsch y del doctor Alekhine, que quedГі, con todo merecimiento, en segundo lugar. Porque el primero, por supuesto, fue para Г©l. ВїHubiera podido ocurrir de otra manera? No lo sabГa, pero, por suerte, no ocurriГі. AdemГЎs, lo mГЎs lГіgico era que ganara el vigente campeГіn, fuera quien fuera.
Capablanca se alegraba enormemente de su triunfo en Nueva York. TenГa motivos, incluso varios. En primera – y este era el motivo pГєblico, el conocido – nadie podrГa acusarlo de seleccionar aВ quien mГЎs le conviniera para disputarle el cetro. Nunca le pareciГі elegante la idea de seГ±alar con el dedo aВ un rival accesible, usando aВ su favor el poder que le conferГa el trono del ajedrez mundial. PreferГa que lo acusaran de vanidoso – que no lo era – antes de cobarde – que tampoco era. AsГ, pues, la mejor manera de demostrar quiГ©n era el jugador mГЎs apto para enfrentarse aВ Г©l, el mejor de los posibles retadores, era ganando partidas de ajedrez.
El otro motivo – el Гntimo y secreto – que tenГa para celebrar el torneo de Nueva York, era su deseo de examinarse aВ sГ mismo. SГ, porque en los Гєltimos tiempos habГa alimentado ciertas dudas sobre su proverbial capacidad para vencer aВ cualquier contrario que se le enfrentara. No obstante lo impresionante de su rГ©cord de los Гєltimos trece aГ±os – ciento cincuenta y cuatro victorias en ciento cincuenta y ocho partidas – , en algunas de ellas le habГa parecido que sus fuerzas flaqueaban. Era como si le costara mГЎs trabajo llegar aВ las cimas de juego que antes alcanzaba sin mayores dificultades. ВїSerГa que el nivel de los ajedrecistas estaba subiendo sin que Г©l, JosГ© RaГєl Capablanca, se hubiera percatado de ello aВ su debido tiempo? No, no podГa ser. ВїOВ quizГЎs para ganar ya no bastaba con su natural intuiciГіn, su casi infinita capacidad para interpretar el juego y tomar sobre la marcha la decisiГіn mГЎs acertada? ВїTal vez su Гmpetu juvenil, aquellos fuegos que lo habГan acompaГ±ado durante tanto tiempo y lo guiaban de victoria en victoria, habГan comenzado aВ apagarse, siguiendo la lГіgica de que aВ un despertar temprano corresponde casi siempre un ocaso prematuro?
Porque una cosa era cierta, se sentГa mГЎs sabio, pero menos fuerte que en tiempos pasados, pasados pero aГєn recientes. Por suerte, su aplastante victoria en Nueva York lo habГa tranquilizado, devolviГ©ndole la confianza en sГ mismo que siempre lo habГa hecho sentirse fuerte ante cualquier rival y que ya casi habГa comenzado aВ perder. SГ, Nueva York habГa sido un bГЎlsamo, una cura aВ tiempo y necesaria.
Mientras se dejaba acariciar por esta idea, echГі un vistazo aВ un cafГ© que parecГa ocupar toda la planta baja de un inmueble de fachada sobria y patriarcal, enclavado en un cruce de calles. В«CafГ© de los InmortalesВ», leyГі en el pГіrtico y, atraГdo por lo sorprendente del nombre, atravesГі la puerta y accediГі al salГіn. La mayor parte de las mesas estaban ocupadas, por lo que Capablanca se dirigiГі aВ la barra y escogiГі una banqueta libre, situada entre dos parejas que conversaban respectivamente entre sГ. AllГ pidiГі una limonada y se puso aВ observar el ambiente del lugar. Para su enorme sorpresa, vio que en una de las mesas habГa dos hombres jugando al ajedrez. Alrededor de ellos se agrupaban los curiosos. Sin poder evitarlo, Capablanca se levantГі de su asiento, y, dejando el vaso sobre el mostrador, se acercГі aВ la mesa donde se disputaba el juego. AГєn antes de llegar comprendiГі que se trataba de dos aficionados con muy bajo nivel. De todos modos, se sintiГі emocionado por algo que bien podГa reflejar la repercusiГіn que estaba teniendo en Buenos Aires la competiciГіn por el tГtulo de campeГіn mundial de ajedrez. Por lo pronto, ninguno de los allГ presentes lo habГa reconocido, y esto le daba la posibilidad de entretenerse observando el juego de los contendientes. Como suele casi siempre ocurrir, entre los observadores habГa un individuo cuya conducta lo seГ±alaba como el experto de la comunidad. SobresalГa ademГЎs por llevarle un pie de estatura aВ sus compaГ±eros de tertulia, y por el saco que llevaba puesto, un poco largo y deslucido. Pese aВ ello, de Г©l se desprendГa un cierto aire de superioridad. En aquel momento el hombre comentaba las Гєltimas jugadas ejecutadas sobre el tablero. Hablaba en voz baja, aunque perfectamente audible en un metro aВ la redonda. Capablanca se acercГі y lo estuvo oyendo unos instantes. El tipo mezclaba ideas sensatas con disparates que daban ganas de reГr. De todos modos, Capablanca se cuidГі muy bien de expresar cualquier sentimiento que pudiera ser interpretado como una aprobaciГіn oВ censura suya ante los comentarios del sujeto.
Entonces desviГі la vista aВ un lado y vio que en otra mesa, en el extremo opuesto del salГіn, jugaban tambiГ©n al ajedrez. Vaya, se dijo, mientras regresaba aВ su puesto junto aВ la barra, esto es casi un club. Mientras se sentaba de nuevo en su banqueta, descubriГі que el hombre que habГa tenido por acompaГ±ante de la mujer de la derecha se habГa marchado, y que ahora la dama se volvГa hacia Г©l. Hola, dijo ella, al verlo aparecer. Capablanca respondiГі al saludo y la sonrisa de la desconocida. Entonces la observГі mejor. ParecГa hija, oВ aВ lo sumo nieta, de inmigrantes de algГєn paГs de Europa del este. En cualquier caso, algo en ella le recordaba aВ las muchachas que habГa conocido en Rusia. Eran los ojos, los mismos ojos de gacela que MartГ habГa descrito al ver los cuadros de algГєn pintor de ese paГs. TenГa el pelo claro, y lo llevaba peinado aВ la moda. Era, ademГЎs, dueГ±a de un rostro armГіnico y de un cuerpo esbelto y bien formado. ВїLe gusta el ajedrez?, preguntГі la mujer, que habГa resistido en calma el escrutinio. SГ, un poco, sonriГі Capablanca. Ella dejГі ver un breve mohГn de burla. SГ, ya vi que antes de mirar aВ nadie, se fue aВ ver jugar aВ aquellos zГЎnganos. Claro, dijo Г©l, como usted estaba tan entretenida con el caballero de al lado… Ella volviГі aВ sonreГr. Usted no es de aquГ, aventurГі. Pues no, dijo Capablanca, pero me parece que va aВ costarle trabajo adivinar de dГіnde… ВїAВ mГ?, dijo la desconocida, y su fina mano se introdujo en la cartera y sacГі una cajetilla de cigarros; enseguida cogiГі uno para sГ y mostrГі el resto aВ Capablanca, que declinГі la invitaciГіn. La mujer encendiГі y, tras exhalar el humo por sobre la barra, se volviГі de nuevo y dijo, sin mГЎs prolegГіmenos: Si le dijera que sГ© quiГ©n es, Вїme lo creerГa? No creo que hable en serio, replicГі Г©l, ciertamente confundido por la posibilidad. Ella sonriГі enigmГЎtica. ВїSГ? Pues dГgame una cosa, Вїno es usted cubano? Capablanca comenzГі aВ inquietarse, aunque, no obstante, moviГі la cabeza en un gesto de afirmaciГіn. ВїVe cГіmo puedo adivinar algunas cosas?, dijo la muchacha, que parecГa estar pasГЎndosela en grande con la confusiГіn de su interlocutor. PodrГa decirle incluso aВ quГ© se dedica. Г‰l se sorprendiГі mГЎs aГєn, pero ella, aferrada aВ su juego, no parecГa dispuesta aВ dejar de incordiar, al ajedrez, amigo mГo, usted se dedica al ajedrez; ВїoВ no? En este punto, Capablanca se dijo para sГ que aquello no era del todo ilГіgico. HabГa entrado al cafГ© y casi al instante se habГa ido aВ ver el juego que disputaban dos extraГ±os en un rincГіn de la sala, lo cual lo delataba como alguien cercano al mundo del ajedrez. Por otra parte, lo del acento cubano tampoco era tan difГcil de adivinar. Aunque en Buenos Aires no vivГan seguramente tantos cubanos, no era descabellado suponer que los marineros que habГan traГdo la habanera hasta el RГo de la Plata se dejaran caer por los bares y cantinas de la ciudad. Y como aquella argentina se le parecГa cada vez mГЎs aВ una de esas mujeres que en cualquier plaza portuaria atienden siempre aВ las delegaciones de ultramar… No, amigo, no; Г©se no es el camino, sonГі alto en sus oГdos la voz de la muchacha. ВїCГіmo…? SГ, sГ© lo que estГЎ pensando, y se equivoca. Es mГЎs, para que no me interprete mal, voy aВ decirle que yo tambiГ©n soy, de cierto modo, una aficionada al ajedrez. Por eso lo conozco bien, seГ±or Capablanca, JosГ© RaГєl Capablanca y Graupera, Вїno era Г©se su segundo apellido? Capablanca recibiГі aquella declaraciГіn como si hubiera sido la caГda de un trueno. MirГі de frente, seriamente, aВ la muchacha, y vio que ella se estaba divirtiendo lo suyo. Veo que disfruta mucho con su propio chiste, le dijo, sin poder evitar el tono sarcГЎstico. Puede ser, concediГі ella, pero eso es para que vea que siempre se puede aprender algo, y no sГіlo en ajedrez. Bueno, disculpe, dijo Г©l, de vuelta ya hacia el dominio de sus emociones, de verdad que no he querido ofenderla en nada… No, lo interrumpiГі ella, si no lo ha hecho. Yo lo Гєnico que querГa decirle es que, cuando se sentГі aВ mi lado, lo reconocГ inmediatamente. Si pensaba que podГa pasearse de incГіgnito por Buenos Aires, debo decirle que no siempre podrГЎ hacerlo. Yo, por ejemplo, estuve ayer en el Club Argentino de Ajedrez… entre el pГєblico, naturalmente. Por eso no me extraГ±Гі cuando lo vi salir como una bala para allá – y seГ±alГі la mesa donde jugaban al ajedrez. Entonces la muchacha extendiГі su mano aВ la altura de su pecho, Marina Lemm, para servirle, porteГ±a de buena familia, que se sepa, y aficionada aВ los grandes maestros de ajedrez. Al oГrla hablar de aquel modo, Capablanca sintiГі cierta confusiГіn, y ella se apresurГі aВ sonreГr. Era una broma, hombre, ВїoВ es que los cubanos no tienen sentido del humor? SГ, claro, dijo Г©l, estrechando la mano de la mujer, mucho gusto. ВїY el seГ±or…? Fue al baГ±o, explicГі ella, pero regresa enseguida. Es mi marido. ВЎAh!, dijo Capablanca, y la muchacha continuГі: No se preocupe, no pasa nada. Y algo muy importante: quisiera expresarle mi admiraciГіn y brindarle todo mi apoyo, aunque no lo va aВ necesitar; sГ© que ganarГЎ las partidas restantes. Gracias, pero Вїde verdad es aficionada al ajedrez? Un poco, dijo Marina, bueno, un poco menos que poco. En realidad soy periodista; trabajo en una revista de la ciudad. Y usted, claro, es un personaje famoso que nos visita en el marco de un evento muy importante para Buenos Aires. En fin, que el colega que debГa escribir sobre esto se puso enfermo de repente y me encomendaran aВ mГ cubrir la inauguraciГіn. EscribГ la nota, que tampoco se recrea demasiado en los detalles del juego, y creo que ahГ termina mi participaciГіn. La prГіxima vez serГЎ mi compaГ±ero quien se encargarГЎ de ustedes. ВЎQuГ© interesante!, dijo Capablanca, sinceramente sorprendido por la coincidencia.
– Buenas noches – dijeron de repente aВ sus espaldas – . La mujer se volviГі sonriente, y Capablanca vio, de pie aВ su lado, al hombre que la habГa acompaГ±ado antes en aquel sitio, es decir, al marido.
– Buenas noches – respondió, sonriendo también.
Entonces pensГі que la muchacha harГa las presentaciones pertinentes; pero ella, en lugar de hacerlo, retomГі la charla con el marido, que se habГa vuelto aВ encaramar en la banqueta y libaba de nuevo de su vaso. Contrariamente aВ lo que Capablanca esperaba, la mujer no hablГі casi nada mГЎs con Г©l. SГіlo de vez en cuando se volvГa y le guiГ±aba un ojo oВ le dedicaba una media sonrisa. AsГ las cosas, estuvo un buen rato tratando inГєtilmente de desentraГ±ar el misterio que rodeaba aВ la muchacha. De repente, los integrantes de la pareja se pusieron de pie y, despidiГ©ndose ambos con un В«buenas nochesВ», se alejaron en direcciГіn aВ la puerta. Bueno, mejor asГ, se dijo Capablanca, al diablo. Sin embargo, aГєn no habГa salido de su perplejidad, cuando la vio detenerse junto aВ la puerta de salida y dedicarle una fugaz mirada. Y enseguida, tras susurrar algo al oГdo del marido, se encaminГі hacia el sitio donde habГa estado sentada. Entretanto, el hombre habГa salido del cafГ©. Al llegar junto aВ Capablanca, la mujer mostrГі una nueva sonrisa, esta vez sГ esplendorosa, y dijo:
– ¿Pensaba que iba aВ dejarlo asГ no mГЎs, plantado? Pues no. Me gustarГa volver aВ verlo. Mire – y extendiГ©ndole una pequeГ±a tarjeta, agregó – . Es el nГєmero de mi telГ©fono. LlГЎmeme si puede, mejor durante el dГa. AdiГіs, seГ±or Capablanca.
– AdiГіs, Marina – respondiГі Г©l, aГєn sin dar crГ©dito aВ la extraГ±a aventura que habГa acabado de vivir. ВїOВ no serГa mejor decir: que acababa de empezar aВ vivir?
CAPГЌTULOВ 4
La maГ±ana siguiente Capablanca se levantГі cerca del mediodГa y, tras tomar una ducha frГa y afeitarse cuidadosamente, se puso un traje fresco y bajГі aВ desayunar aВ la cafeterГa del hotel. Luego pasГі por la recepciГіn para enviar un telegrama aВ Cuba. QuerГa dar aВ su mujer la direcciГіn y demГЎs datos de su hospedaje y decirle que se encontraba bien, aВ pesar del contratiempo de la primera partida. En la carpeta preguntГі si podГan ayudarlo en la gestiГіn. Claro que podГan, contestГі el empleado que, junto con el modelo impreso para telegramas, le entregГі una pequeГ±a nota con un mensaje que alguien le habГa dejado allГ. Antes de ponerse aВ escribir el texto de su propio mensaje, Capablanca leyГі la nota. Estaba escrita por Roberto Grau, que habГa pasado aВ verlo porque, segГєn decГa, querГa hablar con Г©l. Como no era nada urgente, no habГa querido molestarlo. Finalmente, le dejaba su nГєmero de telГ©fono para que lo llamara si podГa. Capablanca se tomГі unos segundos para considerar la situaciГіn. Por una parte, no tenГa muchas ganas de comenzar el dГa hablando con Grau, que, como quiera que fuese, era el asistente de Alekhine, con todo lo que esto conllevaba. Sin embargo Grau era desde hacГa dos aГ±os el campeГіn de ajedrez de la Argentina y, al mismo tiempo, uno de los colegas que mГЎs habГan luchado porque el encuentro se realizara en Buenos Aires, y no debГa – ni querГa – ser descortГ©s con Г©l. AdemГЎs, aunque no podГa considerarlo un verdadero amigo suyo, Roberto Grau era una persona fina y educada que siempre le habГa mostrado aprecio y buena voluntad. No, no podГa dejar de contestarle, asГ que decidiГі llamarlo en cuanto despachara el telegrama aВ su mujer.
Cuando estuvo listo, entregГі al carpetero el modelo impreso con el texto de su mensaje escrito, y le dictГі el nГєmero de Grau, pidiГ©ndole que lo ayudara aВ establecer la comunicaciГіn. El hombre se encargГі de hacerlo y, tras unos instantes, le seГ±alГі un aparato que habГa sobre una mesita situada en un ГЎngulo apartado del vestГbulo. Capablanca fue hasta el lugar y levantГі el auricular, al tiempo que se sentaba en una butaca aledaГ±a. Enseguida se oyГі la voz de Roberto Grau desde el otro lado del hilo. QuerГa decirle que la tarde anterior lo habГa estado buscando para saludarlo y expresarle su solidaridad; pero no lo habГa encontrado. Cuando preguntГі por Г©l, le informaron que ya se habГa marchado. Capablanca recordaba cГіmo, al final de la partida, Grau se habГa apresurado aВ acercarse aВ Alekhine para felicitarlo. Г‰l no lo habГa visto mal. Era la cosa mГЎs natural del mundo, dada su condiciГіn de asistente del maestro ruso, y el hecho en sГ no constituГa ningГєn problema. Cada cual estaba en su derecho de sumarse al bando que mejor le pareciera. Pero se militaba en uno uВ otro bando, no en los dos… Sin embargo, en lugar de responderle con estas ideas, Capablanca le dio las gracias por su apoyo y le dijo que no se preocupara por eso. Por lo visto, el encuentro iba aВ resultar muy largo, y ya tendrГan tiempo para hablar sobre cualquier asunto. Grau guardГі unos instantes de silencio y luego propuso que almorzaran juntos esa tarde. AsГ podrГan conversar con mГЎs tranquilidad, agregГі. Capablanca se lo pensГі muy rГЎpido. Pese aВ su trabajo como asistente de Alekhine, Grau presumГa de equidistancia en su amistad con ambos contendientes, cosa que aВ Г©l, Capablanca, le costaba muchГsimo creer. En cualquier caso, seguГa sin tener deseos de В«conversar con tranquilidadВ» con la persona encargada de asistir tГ©cnicamente aВ su rival en el encuentro y que, ademГЎs, iba aВ comentar sus partidas en un diario tan importante como era La NaciГіn. No obstante, volviГі aВ decirse que no serГa correcto negarse aВ compartir un almuerzo con Г©l. En fin, le dijo que sГ, aunque aclarГЎndole que serГa Г©l, Capablanca, quien invitarГa esta vez. Grau aceptГі aВ regaГ±adientes, y quedaron en verse aВ las dos en el vestГbulo del hotel. Luego Capablanca colgГі y saliГі aВ dar una vuelta por el barrio.
Ya en la calle, cayГі en cuenta de que realmente no tenГa ni idea de adГіnde querГa ir. AdemГЎs, aВ primera hora de la maГ±ana habГa lloviznado y el asfalto se mantenГa hГєmedo, al igual que el aire, que se sentГa ligeramente frГo. Por todo ello, despuГ©s de andar un rato sin rumbo fijo por la zona, Capablanca se dijo que era mejor regresar aВ casa y aprovechar el tiempo escribiendo los comentarios que debГa enviar al diario CrГtica. Luego le propondrГa aВ Grau almorzar allГ mismo en el restaurante del hotel.
La redacciГіn de la crГіnica sobre su derrota no le tomГі demasiado tiempo, dado que ya habГa analizado el juego la noche anterior con Rolando Illa. AsГ y todo, cuando lo llamaron desde la recepciГіn para decirle que Grau estaba esperando abajo, Capablanca reciГ©n acababa de revisar el artГculo. De manera que antes de salir apenas tuvo tiempo de meter las hojas escritas en un sobre, escribir sobre Г©ste la direcciГіn de CrГtica y coger el paquete para enviarlo mГЎs tarde aВ la redacciГіn del periГіdico.
Roberto Grau lo esperaba sentado en una butaca, hojeando un periГіdico. Al verlo llegar, se levantГі sonriente y se dirigiГі aВ su encuentro. Los dos hombres se saludaron en medio del lobby con un fuerte apretГіn de manos y se dirigieron juntos al restaurante, que estaba en la planta baja del hotel. Al pasar junto aВ la recepciГіn, Capablanca le mostrГі al empleado el sobre que llevaba en la mano, y le preguntГі si podГa encargarse de hacerlo llegar al destinatario que estaba escrito allГ. El individuo cogiГі el sobre y asintiГі con una sonrisa. DespuГ©s los colegas siguieron su camino al restaurante y se sentaron aВ una de las mesas.
Aunque se habГan visto varias veces en los Гєltimos dГas, Г©sta era la primera ocasiГіn en que tenГan la oportunidad de conversar В«con tranquilidadВ», como deseaba Grau. Y, realmente, podГan hablar de muchos temas, descontando, claro, su encuentro con Alekhine. Uno de los mГЎs interesantes era, sin duda, la participaciГіn argentina en el Torneo de las Naciones que habГa tenido lugar en agosto de ese aГ±o en Londres. Como Capablanca no solГa estudiar las partidas de otros ajedrecistas, no podГa valorar en detalle el desempeГ±o de Grau en la competiciГіn. SГ conocГa, en cambio, su trayectoria general en el evento. Por eso no quiso mencionar sus partidas con Thomas oВ Reti – que terminaron en derrotas – , aunque sГ le preguntГі por las tablas que habГa hecho con Euwe y Tarrash, jugadores de gran prestigio en el plano internacional. Y, claro, tambiГ©n propiciГі la oportunidad para que Grau le hablara de sus triunfos ante el ajedrecista espaГ±ol Golmayo oВ el maestro sueco Nilsson. El argentino le relatГі los pormenores de algunas de estas y otras partidas suyas, aunque tambiГ©n le contГі varias anГ©cdotas sobre el torneo en general. Grau era un excelente conversador, con un sentido del humor y una energГa dignos de envidiar. SegГєn lo oГa hablar, aВ Capablanca le parecГa ver los entresijos y meandros de la competiciГіn, cuyas claras imГЎgenes se reproducГan en aquel momento frente aВ Г©l gracias al arte innato de Roberto Grau para narrar historias.
De manera que aquella tarde el cubano se limitГі prГЎcticamente aВ escuchar – eso sГ, con sumo interГ©s – el relato del colega argentino sobre el Torneo de Londres. LГЎstima que, aВ no ser que mintiera oВ pecara de cГnico, no podГa elogiar el papel de la Argentina en el evento, ya que, en conjunto, el paГs habГa ocupado el puesto doce de la tabla. PrefiriГі, por tanto, ponderar los mГ©ritos personales de Grau y celebrar los de HungrГa como equipo ganador de la gesta, destacando el altГsimo nivel que en los Гєltimos tiempos exhibГa el ajedrez magyar y, sobre todo, su primer tablero, el gran Maroszy. Sabiendo que Grau habГa sido derrotado por el maestro hГєngaro, Capablanca afirmГі de manera categГіrica que cualquiera podГa perder fГЎcilmente una partida anteВ Г©l.
Aparte de la participaciГіn argentina en el Torneo de las Naciones, repasaron el panorama general del ajedrez mundial. Y hablaron de su enorme auge en la regiГіn del Plata, y de los nuevos valores que despuntaban por entonces en el paГs. Capablanca dijo que era muy grato oГr hablar de ellos. Estaba seguro de que algunos llegarГan muy lejos en el plano internacional. El mismo Grau, por ejemplo, era uno de ellos. Un jugador de sГіlo veintisiete aГ±os que se batГa de tГє aВ tГє con los maestros del viejo continente era un activo del que cualquier paГs podГa sentirse satisfecho. Me elogia usted inmerecidamente, lo interrumpiГі Grau – sin poder ocultar el placer que le causaba el halago – , me falta mucho para estar aВ la altura. No lo crea, replicГі Capablanca, usted ya es uno de los grandes. Vamos, amigo, comenzГі Grau, mirГЎndolo aВ los ojos, usted sabe bien que el Гєnico jugador de habla hispana que en hoy en dГa puede codearse con esos maestros es JosГ© RaГєl Capablanca, el actual campeГіn del mundo.
Capablanca tratГі de descifrar la mirada del argentino. ВїHabrГa algГєn mensaje escondido en el tГ©rmino В«actualВ»? ВїNo excluГa acaso Г©ste el concepto de futuro? ВїOВ era sincero Grau? ВїSentГa en realidad lo que decГa? Le pareciГі que sГ, y sonriГі complacido por las palabras de su interlocutor. Г‰l, por su parte, de verdad creГa que Grau ya estaba entre los grandes. En algo se parecГa aВ Г©l mismo: jugaba como le dictaba el corazГіn. ConocГa la fuerza de su ajedrez, natural y espontГЎneo, y la profundidad con que solГa analizar el juego de los demГЎs maestros. AГєn era demasiado joven para ser un teГіrico; pero algГєn dГa lo serГa. Estaba seguro. AdemГЎs, habГa algo de precursor en Г©l. La Argentina, de verdad, podГa considerarse dichosa de contar con un ajedrecista como Roberto Grau.
Se despidieron esa tarde con otro apretГіn de manos. Cuando se quedГі solo en el lobby del hotel, Capablanca se sentГі en la butaca desde la que habГa hablado por telГ©fono con Grau. Muy cerca de Г©l, aВ un costado, le quedaba el aparato… De repente, metiГі la mano en el bolsillo del saco, extrajo la cartera y buscГі la tarjeta que le habГa dado la periodista – ВїcГіmo era que se llamaba? No recordaba. BuscГі y buscГі. Por fin, cuando tuvo la pequeГ±a cartulina en la mano, pudo leer el nombre: sГ, Marina, Marina Lemm, un apellido raro, sin duda; vio tambiГ©n su direcciГіn …, y su telГ©fono. Se quedГі un rato observando el nГєmero, sin saber quГ© hacer con todo aquello. ВїLlamarla? AГєn era temprano, y ella habГa dicho que la llamara durante el dГa. ВїQuГ© hacer? De repente, obedeciendo aВ un impulso inexplicable, levantГі el auricular y, al escuchar la voz de la operadora, le dictГі el nГєmero que aparecГa en la tarjeta.
Hoy juegan de nuevo y tГє, lleno de alegrГa, te acercas aВ la mesa y te pones aВ mirar el juego. Sobre el tablero hay muchas piezas, blancas y negras, alineadas en dos bandos contrarios. Igual que en una guerra con soldados de plomo. SГіlo que aquГ las pequeГ±as piezas de madera no pueden moverse libremente. Cada una lo hace aВ su manera, segГєn determinadas reglas. Pero, al final, buscan lo mismo: luchar y ganar, ver cuГЎl de los bandos puede mГЎs. Y como casi siempre ocurre, gana el que es mГЎs fuerte. Esta vez tu padre juega con las negras. El seГ±or que se enfrenta aВ Г©l es un amigo suyo, puede que compaГ±ero de trabajo. Viene con frecuencia aВ casa. Es un hombre serio, de bigote enorme y espejuelos de cristales cuadrados, montados al aire. Hoy viste una chaqueta negra y un chaleco del que sobresale la cadena del reloj. Aunque son amigos, ahora no lo parecen. EstГЎn sentados uno frente al otro, tan concentrados en el juego que ni siquiera prestan atenciГіn aВ tu llegada. TГє observas el tablero, la posiciГіn de las figuras… De repente, tu padre mueve una de sus fichas y, acto seguido, levanta la vista y nota tu presencia. Entonces te mira y sonrГe satisfecho. Su amigo, mientras tanto, piensa y piensa. Notas que no sabe quГ© es lo que debe hacer para contrarrestar la jugada de tu padre. TГє ves las piezas casi aВ la altura de tus ojos. Te habrГa gustado poder subirte aВ una banqueta, aВ un mueble cualquiera que te permitiera apreciar mejor los movimientos de aquellas misteriosas figuras que casi cada tarde se enfrentan sobre el tablero de tu padre. Pero hoy ha ocurrido algo que no esperabas: tu padre ha hecho una trampa. SГ, ha movido el caballo de un modo diferente aВ la manera en que siempre has visto caminar al animal. Г‰sa es, precisamente, la jugada que acaba de realizar y tras la cual te ha mirado con esa sonrisa socarrona que enseГ±a cuando se siente satisfecho. ВїY por quГ© ha de sentirse satisfecho si ha engaГ±ado al amigo que juega con Г©l? ВїNo te han dicho siempre tus padres que no estГЎ bien engaГ±ar aВ tus hermanos oВ aВ ellos mismos? ВїCГіmo puede tu padre enseГ±arte algo que Г©l personalmente no practica? Y lo mГЎs interesante: el hombre no ha notado la trampa. Casi no puedes creerlo, y te levantas sobre las puntillas de los pies para ver un poco mejor lo que ocurre en el tablero. Y ocurren varias cosas. En primera, al amigo de tu padre no le basta con ser tan entretenido que no ve la trampa, sino que, ademГЎs, juega y se equivoca. TГє no lo hubieras hecho asГ. El hombre no sabe contrarrestar el efecto de la jugada, y tu padre vuelve aВ mover ficha, y ahora ataca y arrincona aВ su contrario, que tras varias jugadas que aВ ti te parecen muy tontas, no tiene mГЎs remedio que rendirse. Entonces los adversarios se dan la mano y van aВ sentarse en la sala para tomar cafГ© y fumar. TГє te quedas mirando el tablero, tal como lo han dejado; reconstruyes aВ tu manera el juego y vuelves aВ ver la jugada deshonesta de tu padre. SГ, ha movido el caballo de un modo diferente al que lo has visto hacerlo siempre. No estГЎ bien que haya engaГ±ado aВ su amigo, aunque fuera su rival en el juego.
MГЎs tarde, cuando el seГ±or se va, te acercas aВ tu padre y lo acusas de haber actuado mal. Has hecho trampas papГЎ, dices, no sin temor aВ ser enviado de castigo al desvГЎn, le hiciste trampa al hombre, que yo lo vi. Al principio Г©l se indigna, ВїquГ© dices, niГ±o? Tu padre no hace trampas. ВїNo ves que soy una persona legal? Y te echa en cara tu desconocimiento del juego. Esto es cosa de personas mayores, insiste, y aun asГ, hay mucha gente que ni siquiera puede comprenderlo. Pero yo, padre…, tratas de sacarlo de su error. Nada, hijo, dice Г©l, como para terminar la discusiГіn, Вїpor quГ© mejor no te vas aВ jugar con tus hermanos? Te da rabia que no te crea, pero los mayores son asГ. TГє insistes, no obstante, seguro de lo que dices: hoy le ganaste aВ ese hombre haciГ©ndole una trampa. ВїDe dГіnde sabes tГє, pequeГ±o justiciero, cГіmo se mueven las piezas del ajedrez? Yo sГ© jugar, revelas; he aprendido mirando cГіmo juegas con tus amigos. Entonces tu padre detiene su pelea, como si hubiera entendido de repente lo que hace rato estГЎs tratando de explicarle. Ves que la noticia lo ha sorprendido de verdad. ВїCГіmo dices? SГ, repites, puedo jugar aВ eso. ВїDices que tГє, un chiquillo que todavГa no sabe leer ni escribir…? Tu padre se interrumpe, mira hacia el tablero y luego parece medir con la vista la altura de tus cuatro aГ±os. Finalmente, te pone la mano en la cabeza. ВїHas dicho que sabes mover las fichas? SГ© jugar, padre, lo corriges, no sГіlo mover fichas. Tu padre seГ±ala hacia la mesa, Вїpor quГ© afirmas que hice trampa? Porque la hiciste, que yo la vi. ВїCuГЎndo?, insiste Г©l, ВїpodrГas demostrГЎrmelo? SГ puedo, dices tГє, acercГЎndote al tablero. Y como desde tu estatura no puedes ver bien el conjunto de las piezas, te trepas aВ la silla que ocupГі durante el juego el contrincante de tu padre. Г‰l vuelve aВ colocarse en su sitio y entonces tГє, ante su incrГ©dula mirada, reconstruyes la partida hasta el punto en que se encontraba cuando moviГі el caballo de manera incorrecta. ВїVes?, le dices, aquГ fue; e inmediatamente repites la jugada del amigo de tu padre; y luego la siguiente de Г©ste, y asГ hasta el final. Tu padre te mira boquiabierto. SГ, hijo, tienes razГіn; pero crГ©eme que no fue intencional. Ni Г©l ni yo somos muy buenos en esto. Por eso ninguno de nosotros se dio cuenta. Por cierto, Вїte atreverГas aВ echar una partida conmigo? Tu padre casi no se sorprende cuando le dices que sГ, que eso es lo que mГЎs querrГas en el mundo, que te gane; pero que te enseГ±e todo lo que sabe, aunque no sepa mucho. AsГ que, de rodillas sobre la silla que habГa estado ocupando el amigo de tu padre, te enfrentas aВ Г©l en la primera partida de tu vida. Mueves fichas, y sientes que lo haces con placer, pero tambiГ©n con convicciГіn, como si fueras una persona mayor y durante toda tu vida hubieras practicado aquel extraГ±o juego de combatientes enfrentados, matando y eliminando al adversario sin compasiГіn alguna. Juegas y juegas…, hasta que, pasado no sabes quГ© tiempo, ves el rostro de tu padre contraerse en una mueca que encierra aВ un tiempo disgusto, sorpresa y admiraciГіn por ti, por su pequeГ±o hijo, que ha ganado la primera partida de su vida, precisamente ante su padre.
CAPГЌTULOВ 5
Nada mГЎs atravesar la verja se fijГі en un Rambler descapotable de 1925В que era, con diferencia, el mejor y mГЎs deslumbrante de los coches que se alineaban en el parking frente aВ la oficina de la agencia. Lo conocГa bien porque habГa manejado uno igual en Nueva York. TenГa la forma estilizada de un cisne y el empuje y la velocidad de un ave de presa en pleno vuelo. Se decidiГі por Г©l y firmГі un contrato por una semana, con posibilidad de renovaciГіn y descuentos por kilГіmetro recorrido. AllГ mismo comprГі un mapa de la ciudad y otro de la provincia de Buenos Aires, por si en algГєn momento tuviera la necesidad oВ el deseo de viajar por la regiГіn. Luego, cuando saliГі conduciendo su esplendente luciГ©rnaga, no se dirigiГі al hotel, en donde tenГa previsto encontrarse con la muchacha, sino que recorriГі durante un rato las calles de la ciudad, que ahora parecГa transformarse continuamente ante sus ojos. Sentado al volante, inmerso en el trГЎfico de sus avenidas y con el aire del anochecer batiГ©ndole la frente, Capablanca sentГa que la enorme urbe se le habГa vuelto de repente mГЎs pequeГ±a y manejable. Cuando aparcГі por fin en las inmediaciones del hotel, en una estrecha calle de Recoleta, ya la noche de domingo se cernГa sobre la ciudad, poniendo un halo de misterio sobre las casas y las calles del viejo Buenos Aires.
Ella habГa llegado aВ la hora seГ±alada, un poco antes que Г©l. TraГa puesto un traje azul de chaqueta y falda ancha, y llevaba un pequeГ±o sombrero que parecГa una cofia de enfermera y dejaba al descubierto buena parte de su cabello rubio. AllГ, en el vestГbulo del hotel, aВ la luz de la enorme araГ±a del techo, la muchacha parecГa aГєn mГЎs joven y hermosa que la noche anterior. Al verlo, ella se levantГі del asiento que ocupaba – casualmente, el mismo desde el que Г©l la habГa llamado esa tarde – y vino aВ su encuentro con una expresiГіn en el rostro que, pese aВ ser alegre, evidenciaba cierto nerviosismo.
– Hola, señor Capablanca. ¿Llega siempre tan puntual a las citas con sus admiradoras?
Sin poder evitar la sorpresa por la pregunta, Г©l echГі un vistazo aВ su muГ±eca.
– No, no siempre. Sólo cuando me interesa mucho la persona que espera. ¿Podemos sentarnos?
Mientras lo hacГan, ella lo mirГі asombrada, sin saber por lo visto cГіmo tomar la respuesta del reciГ©n llegado. Finalmente, le sonriГі complacida.
– Muy gracioso. Pero la culpa es mГa. Creo que he venido demasiado temprano.
– Si quiere, podemos compartirla. Por lo que a mà me toca, acabo de alquilar un coche y no pude resistirme a la idea de dar una vuelta por las calles de Buenos Aires.
– ¿Sabe ya orientarse en ellas?
– No mucho. Precisamente por eso lleguГ© tarde. La ciudad es enorme y yo todavГa no la conozco bien. No me ha dado tiempo.
– Tampoco es un monstruo. CГіmprese un plano y verГЎ cГіmo se la aprende en unos dГas.
– Ya tengo uno. Por cierto, Вїme perdonarГa la tardanza si la invito aВ tomar algo en elВ bar?
La muchacha ladeГі el rostro y dejГі ver una sonrisa que afectaba recelo.
– Depende de cómo se comporte.
Г‰l se levantГі del asiento y le tendiГі la mano, al tiempo que decГa, siempre medio en broma:
– Yo soy un caballero, señora.
Y la tomГі del brazo para conducirla en direcciГіn al bar, que se encontraba en otro ГЎngulo del vestГbulo, aВ algunos metros de distancia.
– Gracias – respondió Marina, y se dejó llevar.
Se sentaron en un rincГіn y pidieron de beber, ella un vermouth y Г©l un refresco de cola. Cuando el camarero se alejГі, Marina preguntГі aВ Capablanca si no le gustaban las bebidas alcohГіlicas. La noche anterior habГa tomado sГіlo limonada… Г‰l la interrumpiГі, sin dejar de lado cierto tono jocoso.
– Cualquiera dirГa que he estado siempre controlado. Desde el primer momento.
La muchacha se llevГі la mano aВ la boca, como si tratara de contener la risa.
– ¡No, por favor! ¿Cómo se le ocurre? Desde luego que no. Pero es algo que llama la atención. Y hablando de Buenos Aires, ¿qué es lo que más le gusta?
– El tango, el ambiente que se respira aquГ. Me encantarГa conocerlo mejor, aunque tal vez no llegue aВ hacerlo. Desgraciadamente, apenas sГ© andar por la ciudad.
– Veo que necesita alguien que lo ayude en eso, una especie de guГa,В Вїno?
– SerГa fantГЎstico; pero no sé… Por cierto, Вїno podrГa ser usted?
– QuizГЎs. Bueno, sГ, podrГa; aunque, eso sГ, con una condiciГіn.
– Usted dirá…
– De eso se trata, precisamente: basta ya de В«usted» – y elevando ligeramente la voz, como si le riГ±era, agregó – : Si no me tratГЎs de vos, pues no podrГ© hacerte de guГa.
Capablanca sonriГі divertido, sobre todo porque era la primera vez que alguien se dirigГa aВ Г©l usando el voseo porteГ±o.
– De В«vosВ» no puedo, seguro. Pero me encantarГa poder decirte В«tГєВ».
– Son equivalentes; la relación es la misma.
– Bueno, pues ya está hecho, Marina; te trataré de tú. ¿Qué tal te suena?
– Suena mucho mejor, señor Capablanca.
– Me alegro; pero si me vas a tratar de vos, será mejor que dejes eso de «señor Capablanca» y me digas José Raúl. O Capa, como casi todos mis amigos.
– Me gusta mГЎs В«CapaВ». Voy aВ llamarteВ asГ.
– Perfecto. Es mГЎs, me agradarГa que fuГ©ramos amigos, que me consideraras, pues eso, un amigo tuyo.
– Pues yo, encantada – dijo la muchacha, tendiГ©ndole su mano por sobre la mesa. Г‰l alargГі las dos suyas y la tomГі entre ellas, acariciГЎndola un instante, hasta que Marina reaccionГі y, delicada pero firmemente, la retirГі de nuevo. AВ Capablanca le pareciГі que la pequeГ±a mano hervГa.
– Oye, ¿sabes, por casualidad, dónde está El Café de los Angelitos? – dijo entonces.
– Claro, y no por casualidad. Es el sitio preferido de Gardel. Siempre estГЎВ ahГ.
– ¿Canta en ese café?
– No, ahora no estГЎ cantando en ningГєn sitio. Es decir, no canta en pГєblico. EstГЎ grabando. Se pasa el dГa en el estudio, y cuando va aВ Los Angelitos es para cenar. Casi siempre tarde.
– ¿Cómo sabes todo eso?
– Porque mi marido es quien le paga.
Capablanca sacudiГі la cabeza, sorprendido.
– No me digas. ВїPodrГas explicГЎrmelo mejor?
– No tiene mucha ciencia. Mi esposo es el director de los estudios Odeón en La Argentina. Todos los cantantes quieren grabar con él. Quieren vender discos y ganar mucha plata. Asà de simple.
– ¿Dónde está tu esposo ahora?
– De viaje. Va aВ estar unos dГas por el interior. ВїY vos, lo querГ©s conocer aВ Gardel?
– SГ, me gustarГa conocerlo. Creo que es el mejor cantor de tangos. Es muy conocido fuera de la Argentina, Вїsabes?
– Vos también sos muy conocido. Más que Gardel, incluso.
– ¿Tú crees?
– Pues claro. AВ vos todo el mundo te conoce en todos los paГses. Actualmente hay como una fiebre de ajedrez por todas partes. Cuando me preparaba para ir aВ cubrir tu encuentro leГ en algГєn lugar que vos no sos conocido por el ajedrez, sino que es al revГ©s: es el ajedrez el que es mundialmente conocido gracias aВ vos. Algo de eso decГa.
– Si sigues hablando asГ, me voy aВ poner colorado.
– Sabés que es verdad. No te hagas el modesto. Por cierto, ¿tenés algún disco suyo?
– ¿De Gardel? SГ, tengo varios. Cuando me encuentro alguno nuevo, lo compro y me lo llevo aВ casa. Siempre me ha interesado mucho la mГєsica.
– ¿MГєsica oВ ajedrez? ВїCuГЎl de las dos cosas preferГs?
– Ésa no es una buena pregunta. Son cosas diferentes. El ajedrez es mi carrera. Vivo de él y le dedico todo mi tiempo de trabajo. Lo hago lo mejor que puedo, y creo que bastante bien, modestia aparte. Pero, aparte del trabajo de cada cual, hay otras cosas en la vida, cosas que disfrutas y que te ayudan a vivir y ser feliz. En mi caso, la música es una de ellas.
– ¿Disfrutás mucho con ella?
– SГ, mucho, con la mГєsica en general. Pero con el tango es diferente. El tango no sГіlo se disfruta. No sГ© lo que tendrГЎ, pero aВ mГ me apasiona.
La muchacha estaba radiante.
– A mà me pasa igual – dijo con vehemencia – . Es que el tango es pasión; una pasión capaz de llegarte a lo más hondo y estremecerte el alma.
Esta vez Capablanca no replicГі enseguida. La mirГі aВ los ojos y estuvo un rato asГ, contemplГЎndola en silencio. Cuando volviГі aВ hablar, lo hizo para decir que era verdad, que el tango era pasiГіn. QuizГЎs fuera por la mezcla de ritmos y de sangres que estaba en la base de su origen, oВ tal vez esto se debГa aВ los instrumentos con que se tocaba, venidos de diferentes partes del mundo; oВ quiГ©n sabГa si al alma de la gente que lo componГa, oВ aВ la de aquellos que lo interpretaban. Anoche mismo, sin ir mГЎs lejos, Г©l se habГa sentido estremecer, como ella habГa dicho, con la mГєsica de un tango que habГa oГdo tocar en el restaurante donde cenaba. Y tratГі de describirle los sentimientos que le provocГі la interpretaciГіn del trГo del hotel Regina. Como no pudo hacerlo, terminГі diciГ©ndole que aquel tango le habГa erizado hasta los Гєltimos pelos del cuerpo. Ella lo oyГі, risueГ±a y satisfecha.
– ¿Recordás cómo se llama la pieza?
– SГ, claro, se llama La Cumparsita. Por cierto, Illa me contГі algo de su historia; pero me pareciГі un poco confusa, y la verdad es que no entendГ mucho de ella. Creo que Г©l no sabГa demasiado. QuizГЎs tГє puedas contarme un pocoВ mГЎs.
– AВ mГ tambiГ©n me gusta mucho ese tango. Creo que en el futuro Г©se serГЎ В«el tangoВ». Pero es cierto que su historia es un poco oscura. De entrada, el autor no es argentino. Es uruguayo y se llama Gerardo Matos RodrГguez. Se dice que Matos lo escribiГі en 1916В para los carnavales de Montevideo, y que se lo dio aВ Roberto Firpo para el arreglo y la interpretaciГіn. Aunque no estГЎ muy claro el aГ±o en que ocurriГі eso. Hay quien afirma que fue en el 17. Dicen que Firpo rescribiГі la mГєsica y luego estrenГі el tango con su orquesta en el CafГ© La Giralda, de Montevideo. Pero hay otras versiones diferentes acerca de quiГ©n fue el primero en grabarlo y con quГ© firma.
– ¿No tiene letra?
– SГ tiene, y demasiadas. Г‰se es otro de los problemas, el gran problema, dirГa yo. En estos momentos estГЎ en litigio, pendiente de los tribunales. Hace unos aГ±os, creo que en el 24, dos compositores argentinos, Contursi y Maroni, escribieron una letra aВ la mГєsica de ese tango y le pusieron de nombre Si supieras. Pero lo hicieron sin la autorizaciГіn de Matos, que montГі en cГіlera y escribiГі su propia su letra. Creo que la publicГі y que algunos cantantes la han interpretado y grabado en algГєn sitio. Pero lo cierto es que la canciГіn, que ya estaba casi olvidada, ha cobrado nueva vida con la letra de estos dos mГєsicos argentinos. Es la mГЎs conocida, la que todo el mundo tararea. Y la que canta Gardel, por cierto. Los versos de Si supieras no tienen nada que ver con la letra de Matos. Pero es La Cumparsita, Вїme entendГ©s?
CГіmo no la iba aВ entender, si hablaba como los ГЎngeles, si era un ГЎngel toda ella, un ГЎngel rubio con rostro de chiquilla, que se expresaba, ademГЎs, con una voz profunda y clara, matizada por la suave cadencia rioplatense. Г‰l asintiГі sonriente. De pronto comprendiГі que habГa pasado el tiempo. ВїCuГЎnto? No tenГa idea. ВїDesde quГ© hora estaban allГ, sentados en el bar? Tampoco sabГa. Entonces le preguntГі si no tenГa hambre, y al ver la respuesta afirmativa en su mirada le propuso ir aВ cenar en algГєn sitio fuera. Ella dijo que le parecГa bien, y Capablanca llamГі al mozo y pagГі la cuenta. Luego se levantaron y salieron del bar. Cuando abandonaron el hotel eran las nueve de la noche. Unos minutos mГЎs tarde caminaban hacia el sitio donde habГa quedado el coche. Al llegar, Capablanca seГ±alГі hacia el vehГculo y preguntГі:
– ¿Y a eso cómo le dicen ustedes?
– Aquà decimos «auto». Y ustedes, carro, ¿no?
– Yo digo casi siempre carro, por la influencia americana. Pero en Cuba se usa la palabra В«mГЎquinaВ». No sГ© por quГ© razГіn, pero allГЎ dicenВ asГ.
– Me gusta mucho tu «máquina».
– Deja que veas cГіmo anda – le dijo Capablanca, abriГ©ndole la puerta. Ella dijo В«graciasВ» y ocupГі el asiento del pasajero. Luego Г©l dio la vuelta, se sentГі al volante y puso en marcha el vehГculo, que se deslizГі suavemente sobre los adoquines de la calle. Al llegar aВ la esquina, se detuvo un instante, antes de incorporarse al flujo que transitaba por la avenida.
– ¿Adónde pensás ir? – preguntó entonces Marina.
Capablanca se encogiГі de hombros. Adonde ella dijera, como si quieres llegar al fin del mundo, bromeГі. No, gracias, todavГa no estoy interesada en ese viaje, replicГі la muchacha, en el mismo tono. Mientras el coche se desplazaba por la avenida, Г©l le confesГі que no tenГa una idea muy clara de los lugares interesantes de Buenos Aires. La ciudad, ademГЎs, habГa cambiado mucho desde la Гєltima ocasiГіn que habГa estado allГ, hacГa nada menos que catorce aГ±os, cuando ella, seguramente, era todavГa una chiquilla. Marina quiso protestar, pero Г©l no la dejГі. SabГa, por ejemplo, que la zona de la costanera sur habГa sido transformada en una hermosa playa…
– SerГa buena idea, si fuera de dГa. Pero vos sos un poco pГcaro – dijo la muchacha con acento alegre – , creo que sabГ©s mГЎs de lo que aparentГЎs.
Capablanca la mirГі de reojo. Se habГa quitado el sombrero por temor aВ que se lo llevara el aire y, con la ayuda de las manos, trataba de mantener el orden en su peinado.
– No es verdad. Hay muchas cosas que no conozco y que me imagino deben de ser muy interesantes.
Ella lo mirГі desafiante.
– ¿Como cuáles?
– ¿Ves? – dijo él divertido – . Me has puesto en un aprieto.
– SГ, sos un pГcaro; pГcaro y peligroso.
AВ Capablanca le pareciГі que era mejor cambiar la conversaciГіn y comentГі:
– Me habГas dicho que tenГas hambre,В Вїno?
– Igual que vos.
AsГ las cosas, habГa que ir aВ cenar aВ algГєn lugar. Y, como no podГa ser de otra manera, el primero de todos los lugares posibles vino aВ ser El CafГ© de los Angelitos, que fue, por supuesto, el lugar elegido. De modo que, sin demorarse en discutirlo, acordaron llegarse hasta Г©l y ver quГ© habГa por allГ.
CAPГЌTULOВ 6
La muchacha apareciГі primero. SurgiГі de entre la sombra con el halo de luz y permaneciГі un instante inmГіvil, plantada en medio del salГіn y dando la espalda aВ la mayorГa de las mesas. Llevaba el pelo negro recogido sobre la nuca y un vestido bermellГіn que le ceГ±Гa las caderas y caГa suelto hasta mГЎs allГЎ de las rodillas. Los zapatos, de tacГіn alto, eran tambiГ©n rojos. Pronto sonaron los primeros acordes provenientes del piano, y su cuerpo comenzГі aВ ondular como un campo de trigo frente al viento. Enseguida entrГі la guitarra y se oyГі la voz del bandoneГіn. Ella elevГі un brazo, y luego el otro, hendiendo el aire con sus manos y dedos, mientras se dejaba llevar por las progresiones del violГn, que parecГa gobernar toda su anatomГa. SegГєn la mГєsica subГa en el aire del local, la muchacha agitaba las caderas en un incitante y sinuoso movimiento de rotaciГіn, al tiempo que deslizaba suavemente un pie tras otro sobre el piso, dibujando imaginarios cГrculos con ellos. Su manera de moverse estaba llena de sensualidad. Bailaba como si flotara sobre las notas que llegaban en oleadas desde el estrado de los mГєsicos, y se veГa que disfrutaba haciГ©ndolo. Capablanca no habГa presenciado nunca un espectГЎculo semejante, ni siquiera en sus anteriores visitas al paГs. En cualquier caso, el hecho de ver aВ aquella mujer moviendo brazos, manos y cintura en el Гєnico punto iluminado del salГіn, le producГa un enorme placer estГ©tico.
Muy pronto entrГі en escena el muchacho, que iba vestido de negro, incluido el sombrero y los zapatos de charol. LucГa bigote y llevaba el pelo liso, con la raya aВ la izquierda y profusamente engominado. Al verlo aparecer, la muchacha retrocediГі unos pasos, como si se pusiera en guardia. ParecГa recelosa. Entonces Г©l le tendiГі la mano y ella, sin dejar de marcar el compГЎs de la mГєsica, dio algunos pasos hacia su compaГ±ero y se dejГі tomar en los brazos del hombre para seguir bailando juntos. Capablanca los miraba arrobado. Y Marina lo miraba aВ Г©l, entre arrobada y suspicaz.
– ¿Te gusta?
– Es un placer verlos bailar.
– SГ, ya me di cuenta cГіmo se te iban los ojos cuando la chica meneaba ese cuerpo que Dios leВ dio.
Г‰l le sonriГі, sin poder ocultar las ansias, cada vez mГЎs fuertes, que habГan empezado aВ carcomerle la conciencia. Entonces empujГі el plato con los restos de la cena y, seГ±alando aВ la pareja, preguntГі:
– ¿Qué tal se te da el tango?
– Creo que bien – respondió ella, con voz sugestiva – . ¿Y a vos?
– Para no ser argentino, me defiendo algo. Claro, con una profesora del paГs, seguramente mejorarГa mucho. Por cierto, ВїaquГ no se baila?
– SГ, claro; y eso forma parte del show. Ya lo verГЎs.
– ¡Qué bien! – dijo él, visiblemente contento – . Veremos qué tal nos va.
Marina sonriГі feliz, y Capablanca volviГі la vista aВ la pareja de bailadores. En aquel momento el muchacho se inclinaba sobre su compaГ±era, cuyo cuerpo se doblГі hacia atrГЎs como una caГ±a de bambГє. Estuvieron un instante asГ, aparentemente inmГіviles, mientras la mГєsica elevaba el tono y la insistencia del violГn los mantenГa enlazados en aquel estado de incitaciГіn, como dos pinceladas de una misma pintura. Luego, aВ un llamado del bandoneГіn, volvieron aВ la posiciГіn erecta y continuaron entrecruzando piernas, rozando pechos y vientres, enredГЎndose uno sobre el otro en un baile que era toda una exaltaciГіn del juego erГіtico. ParecГan las dos mitades de un organismo vivo que se revolvГa sobre sГ mismo, estirГЎndose y encogiГ©ndose con los acordes de la mГєsica que tocaba el cuarteto. AГєn estuvieron un rato girando, sacando y metiendo las piernas, moviГ©ndose suavemente al compГЎs de la mГєsica que llegaba del pequeГ±o estrado donde cuatro virtuosos regalaban lo mejor de su arte al pГєblico que esa noche llenaba El CafГ© de los Angelitos.
Cuando se fueron los bailarines, la orquesta la emprendiГі con Caminito, uno de los tangos preferidos de Capablanca, y la gente, conocedora de las reglas del lugar, comenzГі aВ salir aВ la pista para bailar. Marina mirГі aВ su nuevo amigo cubano y le sonriГі. Г‰ste entendiГі inmediatamente y, levantГЎndose de su asiento, tendiГі la mano aВ la muchacha y la sacГі aВ bailar. Ninguno de los dos lo hacГa mal, por lo que muy pronto se acoplaron mutuamente.
Marina se habГa quitado la chaqueta, y la blusa que llevaba bajo ella, de color blanco, dejaba al descubierto gran parte de su espalda. Capablanca sintiГі aquella carne joven y tibia agitГЎndose bajo su mano, y no pudo evitar que una incipiente erecciГіn llamara aВ su bragueta. La sensaciГіn se hizo aГєn mГЎs aguda cuando, en uno de los pasillos del baile, Marina se pegГі aВ su vientre y apoyГі los senos en su pecho. AsГ estuvieron bailando buen rato, ella provocando, Г©l dejГЎndose provocar y haciГ©ndole sentir aВ la mujer que la noche que los esperaba estaba llena de promesas. De repente, cuando Capablanca pensaba que la partitura de Caminito estaba prГіxima aВ su fin, una mujer de espesa cabellera negra, estatura mГЎs bien baja y modales desenfadados se acercГі al micrГіfono y comenzГі aВ entonar los versos del entraГ±able tango. Su voz no era muy alta, pero cantaba con mucho temperamento y trasmitГa una cГЎlida sensaciГіn de inmediatez.
– ¿QuiГ©n es? – murmurГі Capablanca al oГdo de Marina, aprovechando la ocasiГіn para dejarle allГ un poco del calor de su aliento.
– Es una cantante que ha surgido en los últimos tiempos. Se llama Nina Mederos y es una bataclana.
– ¿Una bataclana? – se extrañó él – . ¿Qué significa eso?
– Una bataclana es una corista del teatro Bataclán, que queda en la zona portuaria. Ya te podés imaginar.
– Pero no canta mal, ¿verdad?
– No sГ© quГ© decirte – la voz de Marina revelaba desdГ©n – . En todo caso, Г©se no es su estilo; no sГ© por quГ© se metiГі aВ cantar Caminito. ВїNo sentГs que aВ veces desafina? Lo de ella es otra cosa. Pero aparte de eso, creo que su Г©xito se debe en gran medida aВ su amistad con Gardel. Hace poco Г©l hablГі con mi marido para que le grabara un disco aВ ella.
– Pues a mà me parece que no canta mal – repitió Capablanca – . Y, además, se ve que tiene ángel.
– SГ, ya veo que te gusta.
Г‰l dejГі correr un asomo de sonrisa por su rostro y apretГі aВ la muchacha un poco mГЎs. Su erecciГіn habГa aumentado y se le estaba volviendo irresistible. Ya ella habГa comprendido lo que ocurrГa y se veГa feliz, apretГЎndose cada vez mГЎs aВ Capablanca. De repente, Г©l sintiГі que la tensiГіn de Marina se aflojaba, que por algГєn motivo ella se habГa separado de su cuerpo y cambiaba incluso la expresiГіn de su rostro. ObservГі, igualmente, que muchos de los bailadores desviaban la mirada hacia un grupo de hombres que habГan entrado en el salГіn y avanzaban por el pasillo en direcciГіn aВ la parte trasera del local.
– ¿Qué pasa? – preguntó Capablanca.
– Nada. LlegГі Carlos Gardel. Seguramente se sentarГЎ aВ su mesa de siempre y cenarГЎ. DespuГ©s pasarГ© aВ saludarlo y le dirГ© que estГЎs aquГ.
– ¿Tú crees que esté bien? No quisiera…
– ¡Hombre! – rió ella divertida – . No te preocupes. Ya te dije que vos sos más famoso que él. Estoy segura que se volverá loco por conocerte. Quizá hasta quiera ser tu amigo.
Cuando Nina Mederos terminГі de cantar Caminito recibiГі una salva de aplausos. Sobrevino entonces una pequeГ±a pausa, y Capablanca y Marina regresaron aВ su mesa. No bien se hubieron sentado, la muchacha dijo que irГa aВ hablar con Gardel. Y con una mirada que Г©l no pudo descifrar del todo, se alejГі en direcciГіn al fondo del local. Casi al instante Nina Mederos se acercГі de nuevo al micrГіfono y le hizo una seГ±a aВ los mГєsicos. Desde el estrado llegГі la percusiГіn de un tamboril, acompaГ±ado por el punteo de la guitarra. Capablanca reconociГі los acordes de Milonga Sentimental[1 - Milonga Sentimental (MГєsica: SebastiГЎn Piana – Letra: Homero Manzi) fue compuesta en 1931, unos aГ±os mГЎs tarde de la Г©poca en que se desarrolla esta historia. Con ella los autores complacГan una peticiГіn de la cantante Rosita Quiroga. Г‰sta, sin embargo, no quedГі satisfecha con la composiciГіn, pues lo que esperaba y querГa interpretar era una milonga campera. De tal suerte, la obra permaneciГі inГ©dita hasta el dГa en que Mercedes Simoni la estrenГі en Montevideo, un tiempo despuГ©s. Se dice que SebastiГЎn Piana la compuso en algo menos de una hora. Por Гєltimo, espero que el lector sepa disculparme esta licencia. (La nota es del autor, al igual que todas las que aparezcan en lo adelante)], una pieza que – no sabГa por qué – le producГa un especial sentimiento de cercanГa. La versiГіn que Г©l tenГa en casa era la interpretada por Gardel, que se acompaГ±aba sГіlo de guitarras, con lo que la canciГіn perdГa un poco del ritmo que habГa estado seguramente en sus orГgenes. Pero ahora, antes de que Nina Mederos comenzara aВ entonar la letra, los mГєsicos ya le habГan imprimido aВ su arreglo un acento que estaba muy prГіximo al del candombe y aВ otros aires de raГz africana. Muy pronto la Mederos comenzГі aВ cantar:
Milonga pa’ recordarte,
milonga sentimental.
Otros se quejan llorando,
yo canto por no llorar.
Su voz sonaba desgarrada, llena de sentimiento, Pero, quienquiera que la cantara, esa canciГіn le sonarГa aВ Г©l siempre entraГ±able y cercana. Entonces se plegГі en la silla y continuГі escuchando:
Tu amor se secГі de golpe,
nunca dijiste porВ quГ©.
Yo me consuelo pensando
que fue traiciГіn de mujer.
Cuando Nina Mederos callГі, el cuarteto siguiГі tocando, y Capablanca advirtiГі algo en lo que no habГa reparado nunca antes: Milonga Sentimental le recordaba aВ alguna canciГіn cubana que por el momento no podГa precisar.
Varón, pa’ quererte mucho,
varón, pa’ desearte el bien,
varón, pa’ olvidar agravios
porque ya te perdonГ©.
Tal vez no lo sepas nunca,
tal vez no lo puedas creer,
ВЎtal vez te provoqueВ risa
verme tirao aВ tus pies!
La cantante volviГі aВ detenerse, y desde el estrado llegГі la percusiГіn del tamboril. Y Г©l sintiГі de nuevo, esta vez mГЎs intensamente, la relaciГіn de aquГ©lla pieza con la mГєsica de su patria. AllГ estaban las sonoridades del candombe, pero tambiГ©n las de un ritmo que habГa llegado aВ La Habana desde la provincia de Oriente y estaba por entonces muy en boga: el son cubano. Pero aquГ, en el CafГ© de los Angelitos de Buenos Aires, aquella mujer le ponГa pasiГіn, mucha pasiГіn, sobre todo cuando decГa:
Es fГЎcil pegar unВ tajo
pa’ cobrar una traición,
oВ jugar en unaВ daga
la suerte de una pasiГіn.
Pero no es fГЎcil cortarse
los tientos de un metejГіn,
cuando estГЎn bien amarrados
al palo del corazГіn.
Y despuГ©s de una breve pausa, volvГa aВ repetir:
Varón, pa’ quererte mucho,
varón, pa’ desearte el bien,
varón, pa’ olvidar agravios
porque ya te perdonГ©.
Tal vez no lo sepas nunca,
tal vez no lo puedas creer,
ВЎtal vez te provoqueВ risa
verme tirao aВ tus pies!
Y seguГa, cada vez con mГЎs emociГіn:
Milonga que hizo tu ausencia.
Milonga de evocaciГіn.
Milonga para que nunca
la canten en tu balcГіn.
Pa’ que vuelvas con la noche
y te vayas con elВ sol.
Pa’ decirte que sà a veces
o pa’ gritarte que no.
Finalmente, cuando ya Capablanca tenГa los ojos hГєmedos por la emociГіn, llegГі Marina de vuelta y se sentГі aВ su lado. Para entonces, Nina Mederos repetГa el cuplГ©, ya por ГєltimaВ vez:
Varón, pa’ quererte mucho,
varón, pa’ desearte el bien,
varón, pa’ olvidar agravios
porque ya te perdonГ©.
Tal vez no lo sepas nunca,
tal vez no lo puedas creer,
ВЎtal vez te provoqueВ risa
verme tirao aВ tus pies!
Tras lo cual, el cuarteto ejecutГі el cierre y terminГі su versiГіn, que fue despedida con un tupido aplauso del pГєblico asistente. Marina lo observaba desde su asiento. Entonces, acercando todo lo que podГa su rostro, dijo con voz ligeramente temerosa:
– ¿Qué te pasa que tenés los ojos húmedos? No me digas que esa mujer te ha emocionado tanto.
– No es la mujer – replicГі Г©l, saliendo ya del trance – , es la canciГіn; pero no sГ© si podrГas entenderme si te explico.
– Quizás. Probá a ver.
– Es que el arreglo que hizo ese cuarteto me ha recordado mucho algunos ritmos de mi tierra.
– Comprendo, claro que te comprendo – y cambiando radicalmente el tono, agregó – : Misión cumplida. He hablado con Gardel. Y, por supuesto, él quiere conocerte.
Capablanca sonriГі, agradecido y feliz aВ laВ vez.
– Muchas gracias, Marina. Eres un encanto.
– Gardel también me agradeció por acordarme de él, en este caso.
– Bueno – dijo entonces Capablanca – , ¿cómo haremos? ¿Vamos para allá o qué?
– Él estaba cenando en compaГ±Гa de algunos de sus mГєsicos. Me dijo que me darГa una seГ±al.
Capablanca volviГі aВ expresar su agradecimiento aВ la muchacha y desviГі la vista hacia el estrado. Entonces reparГі en que el cuarteto habГa dejado de tocar. Supuso que los mГєsicos habГan cogido un tiempo de pausa. Sin embargo, aГєn no habГa tenido tiempo de retomar el diГЎlogo con Marina, cuando vio que tres hombres ascendГan los peldaГ±os del estrado y se acercaban al micrГіfono. Uno de ellos era Carlos Gardel; los otros, evidentemente, eran los guitarristas que lo acompaГ±aban por entonces, un mulato alto y delgado y un individuo de apariencia rubicunda. Cada uno de ellos llevaba una guitarra en las manos. Cuando querГa preguntarle aВ su compaГ±era de quГ© iba la cosa ahora, Gardel se acercГі al micrГіfono y dijo:
– Queridos amigos, respetable pГєblico. Esta noche se encuentra entre nosotros una persona aВ quien quiero dedicar esta canciГіn que vamos aВ interpretar ahora. Este hombre es un cubano y, por naturaleza, un hermano de sangre y de cultura – aquГ todos los presentes volvieron la cabeza, tratando de encontrar aВ alguien que pareciera cubano. Pronto dieron con Г©l, quizГЎs por el rubor que debГa de estar enrojeciendo su rostro. Mientras, Gardel seguГa hablando – . Pero este hombre no es cualquier cubano. Г‰l es tambiГ©n una gloria de nuestros pueblos hispanoamericanos, un orgullo para todos nosotros. Se encuentra ahora en nuestra patria porque aquГ en Buenos Aires se estГЎ celebrando – como quizГЎs muchos de ustedes sepan – el campeonato mundial de ajedrez. Ese hombre es, seГ±oras y seГ±ores, el gran JosГ© RaГєl Capablanca, el campeГіn mundial del juego ciencia. Y para Г©l quiero cantar esta canciГіn. Espero que le guste.
Capablanca sentГa que la piel del rostro le ardГa, que no podГa contener la emociГіn. TenГa los ojos hГєmedos, aunque por suerte estaba todavГa lejos de dejar escapar la menor lГЎgrima. Mientras buscaba protecciГіn en el rostro de Marina, que lo miraba llena de orgullo y regocijo, Capablanca vio, oВ mГЎs bien escuchГі, cГіmo los tres hombres comenzaban aВ rasgar las cuerdas de sus guitarras. La melodГa que salГa de ellas era nada menos que la del tango que tanto lo habГa emocionado en la cena con Rolando Illa, es decir la de La Cumparsita. SГіlo que aquГ, en esta versiГіn, tocada con guitarras, la canciГіn se le aparecГa en su forma original, tal como Г©l imaginaba que la habГa compuesto el autor uruguayo. ParecГa una canciГіn campera. En cualquier caso, los tres hombres descendieron del estrado y, sin dejar de tocar, echaron aВ andar hacia Г©l, hacia la mesa que ocupaba con Marina. Cuando llegaron junto aВ ellos, la vibrante voz de Carlos Gardel se elevГі sobre la concurrencia, que parecГa haber entrado en trance y guardaba un silencio absoluto. Y cantГі:
Si supieras,
que aГєn dentro de mi alma,
conservo aquel cariГ±o
que tuve para ti…
QuiГ©n sabe si supieras
que nunca te he olvidado,
volviendo aВ tu pasado
te acordarГЎs deВ mГ…
Y ahora sГ, los ojos de Capablanca se llenaron de lГЎgrimas, al punto que debiГі sacar el paГ±uelo y secГЎrselos. Marina lo miraba tambiГ©n llena de emociГіn. Mientras tanto, Gardel seguГa entonando los versos de aquel hermoso tango. Pero ya Г©l apenas era capaz de distinguir una palabra de otra. Pese aВ ser una persona acostumbrada aВ los homenajes y las grandes puestas en escena, el detalle de aquellos argentinos – amigos, conocidos, de todos, en fin – habГa llegado aВ emocionarlo tanto que sintiГі que el pecho se le apretaba y que, aunque hubiera querido, no habrГa podido siquiera articular una palabra. Durante un tiempo imposible de determinar, Carlos Gardel y sus acompaГ±antes estuvieron tocando la guitarra, cantando allГ para Г©l, que recibГa ademГЎs la caricia de los ojos de Marina. Y aquello era mucho mГЎs de lo que Г©l habГa esperado del pueblo de Buenos Aires, de la Argentina toda. QuГ© importancia tenГa el ajedrez, el campeonato del mundo, la partida perdida, comparados con aquella muestra de cariГ±o y simpatГa hacia su persona.
Cuando los mГєsicos terminaron su interpretaciГіn, Capablanca se puso de pie y se abrazГі con ellos, primero con Gardel y luego con los otros dos. Para entonces, todos los asistentes al CafГ© de los Angelitos se habГan puesto tambiГ©n de pie y aplaudГan, no se sabГa si la interpretaciГіn de su Гdolo, oВ el gesto de Г©ste hacia Capablanca o – Г©l no pudo evitar la idea – aВ Г©l como persona. E independientemente de su voluntad, esta Гєltima idea fue la que se asentГі con mГЎs fuerza en su cerebro. Y le pareciГі que nunca antes habГa sido tan feliz como esa noche, ni siquiera en su primera gran victoria internacional, en San SebastiГЎn, hacГa ya muchos aГ±os.
– Muchas gracias, amigo. Es usted muy generoso.
– Gracias a usted, señor Capablanca. Todos los argentinos estamos muy reconocidos y orgullosos de usted. Reciba mi humilde canción como un homenaje, mucho más pequeño que el que se merece. Además, sé muy bien que le gusta mucho ese tango.
– Gracias – dijo Г©l, dudando un instante si debГa devolverle el trato en forma de seГ±or Gardel. Por fin, decidiГі omitir cualquier forma y siguió – : SГ, es un tango muy hermoso, sobre todo cantado por usted – y cambiando el tono, agregó – : ВїNo quiere sentarse?
Gardel le puso familiarmente la mano en el hombro y, con una amable sonrisa, contestГі:
– Usted sabe, nosotros allá – y seГ±alГі hacia el fondo – aГєn no habГamos terminado de cenar. SГіlo que no pude resistirme aВ la idea de cantarle su tango preferido. Pero me gustarГa invitarlo aВ que se llegue por nuestra mesa para charlar un rato conmigo y con mis amigos.
Capablanca mirГі en direcciГіn aВ Marina; pero Gardel no le dio tiempo aВ responder. Para ese momento ya estaba diciendo que lo esperaba sin falta allГЎ, y que para Г©l serГa un placer enorme compartir un rato y hablar de tangos y, por supuesto, ajedrez. Y de muchos otros temas, seguramente. Y dicho esto, le dio un apretГіn de mano y se alejГі de nuevo por donde habГa venido.
CAPГЌTULOВ 7
HabГan juntado varias mesas en el ГЎngulo mГЎs apartado del cafГ©, y Gardel y sus amigos comГan y disfrutaban allГ de lo que parecГa ser una alegre tertulia tras la cena. AВ la derecha del cantor se ubicaba un hombre que Capablanca no habГa visto antes; y mГЎs allГЎ, los guitarritas que acompaГ±aban aВ Gardel. La banda de la izquierda estaba ocupada por Nina Mederos y los mГєsicos del cuarteto. Al verlos aparecer, el cantante se puso de pie y los invitГі aВ sentarse y compartir con ellos. Las tres personas que estaban aВ su derecha tambiГ©n se levantaron y cedieron el puesto aВ los reciГ©n llegados, desplazГЎndose dos lugares mГЎs allГЎ. Tras los primeros saludos y sonrisas, ya todos sentados, vinieron las presentaciones. El personaje que habГa estado aВ la derecha de Gardel resultГі ser JosГ© Razzano, su gran amigo y antiguo compaГ±ero de dГєo, ahora apoderado del artista. Los guitarristas se llamaban JosГ© Ricardo (mГЎs conocido como el Negro, bromeГі Gardel) y Guillermo Barbieri, que era un tipo delgado y rubicundo, de expresiГіn afable. De los integrantes del cuarteto, Capablanca retuvo sГіlo el nombre del director, un individuo de frente amplia y sonrisa fГЎcil que era quien tocaba el bandoneГіn. Se presentГі como Osvaldo Fresedo, aunque enseguida aclarГі que en el ambiente tanguero lo llamaban В«El Pibe de la FraternalВ», por el barrio de donde habГa salido. В«El PibeВ», pues, se alineaba aВ la izquierda de Nina Mederos, seguido por sus tres mГєsicos, que cerraban el cГrculo de las personas sentadas aВ la mesa. Capablanca, que no quiso aceptar nada de comer, no tuvo otra salida que dejar que le sirvieran una copa de vino, del cual no pensaba probar mГЎs que algГєn que otro sorbito. HabГa quedado al lado de Marina, pero enfrente de Nina Mederos, y lo primero que hizo fue dirigirse aВ los mГєsicos para felicitarlos por su interpretaciГіn. Y puesto aВ hablar del tango, dijo sentirse sorprendido por el modo en que habГa evolucionado la mГєsica porteГ±a desde su Гєltima visita al paГs, hacГa de aquello trece oВ catorce aГ±os, no podГa precisarlo bien. Que Г©l recordara, no habГa visto ni oГdo nada semejante aВ lo que veГa ahora. Gardel agradeciГі sus palabras y explicГі que, desde hacГa unos aГ±os, el tango habГa entrado en una nueva etapa de desarrollo, cada vez mГЎs conocida con el nombre de В«tango – canciГіnВ». Y explicГі que los tangos de antaГ±o eran estilos y tonadas criollas. Y poco mГЎs. Apenas se cantaban, oВ bien tenГan letras muy rudimentarias. AВ partir de una canciГіn titulada Mi noche triste, escrito por el gran Pascual Contursi con una letra totalmente innovadora y que Г©l habГa grabado hacГa diez oВ doce aГ±os con OdeГіn, las cosas comenzaron aВ cambiar. En la actualidad nacГan aВ diario infinidad de tangos de ese tipo, y muchos de ellos con excelente letra. HabГa un gran nГєmero de poetas – como el propio Contursi – que escribГan versos y trabajaban con los mГєsicos en la creaciГіn de estas nuevas canciones. Y habГa mГєsicos puros – y seГ±alГі hacia Fresedo – , que llegaban con Гmpetu, inyectГЎndole savia fresca aВ la mГєsica de aquella tierra que todos ellos amaban tanto. En este punto metiГі baza Razzano. Acallando con su voz la de Gardel, proclamГі ante Capablanca que la primera figura que estaba dГЎndole lustre y renovando el tango, era, precisamente, aquel morocho que estaba sentado allГ aВ su lado, el Che Carlitos, – sos muy modesto, vos – le echГі en cara desde su silla – ; pero acordГЎte que ya no sos el chico del Abasto. Sos Carlos Gardel, el primer cantor de tangos – . AquГ intervino Fresedo, que dirigiГ©ndose tambiГ©n aВ Capablanca tomГі el relevo de Razzano: no es que Г©l sea modesto, dijo, es que se estГЎ haciendo. El tango es Г©l, y Г©l es el tango; y Г©l lo sabe bien. Luego, y aprovechando que habГa cogido la palabra, la usГі para decir que conocГa algo de mГєsica cubana, y que le gustaba mucho. La habГa descubierto hacГa unos aГ±os, durante un viaje aВ los Estados Unidos. Y, sin dar tiempo aВ nadie aВ reaccionar, mencionГі nombres que Capablanca nunca habrГa pensado oГr por esos predios. No lo esperaba, sencillamente. Y menos aГєn si algunos de esos nombres era los del Sexteto Habanero oВ Abelardo Barroso. Y Fresedo no se detuvo ahГ, sino que mencionГі tambiГ©n al dГєo de MarГa Teresa Vera y Rafael Zequeira, de quienes dijo apreciar sobre todo un disco que habГa comprado en Nueva York y que traГa una deliciosa rumba titulada, si mal no recordaba, PapГЎ Montero oВ algo asГ. Capablanca no salГa de su asombro. Realmente, aquГ©lla era la mГєsica popular que se estaba tocando y grabando en Cuba por entonces, y de la que Г©l mismo no estaba siempre al dГa. Por eso lo oГa aquella noche estupefacto, superado por la sorpresa de saber que aquel argentino, alguien tan lejano al acontecer diario de su patria, conocГa semejantes detalles del panorama musical cubano. Gardel tambiГ©n lo miraba asombrado, y de soslayo miraba aВ Capablanca, como si no pudiera creerse que su compatriota supiera de veras lo que hablaba y lo quisiera contrastar con alguien del paГs. Con una sonrisa, Capablanca asintiГі aВ la mirada inquisitoria del cantor. Pero el hombre siguiГі. Retomando la palabra, declarГі con gran autoridad que, si aquella mГєsica incorporara un instrumento con la gama de voces del bandoneГіn, podrГa conquistar rГЎpidamente Europa, como estaba ocurriendo con el tango. De todos modos, sentenciГі, estoy seguro que Cuba tendrГЎ mucho que decir en el futuro musical del mundo. Capablanca estaba anonadado por lo que habГa oГdo sobre la mГєsica de su tierra, algo de lo que ni siquiera Г©l sabГa demasiado. Y aprovechando un respiro del mГєsico, lo felicitГі por ello. Sin embargo, lejos de tranquilizarlo, el asombro del cubano aguijoneГі la elocuencia del argentino, que siguiГі hablando de mГєsica cubana, citando ahora aВ Manuel Corona, quien era, dijo, su compositor favorito entre los de la Isla. Y para avalarlo, finalizГі su conferencia entonando allГ mismo el estribillo de la Loma de BelГ©n, un son que Capablanca sГ conocГa bien, ya que en uno de sus Гєltimos viajes aВ Cuba habГa comprado el disco grabado por el Sexteto Habanero con aquel sabroso tema.
Digerida la disertaciГіn de Fresnedo, Capablanca volviГі aВ traer aВ colaciГіn el tema de la mГєsica local. Se reconociГі amante del tango, y revelГі sentirse muy feliz de que su viaje aВ Buenos Aires coincidiera con un perГodo en el que el tango estaba presente por doquier. En el centro de la ciudad no habГa cuadra donde no existiera confiterГa, cine, salГіn oВ cafГ© que no difundiera el tango oВ la milonga. Y en todos ellos actuaban mГєsicos y cantantes de valor.
– AВ mГ antes me gustaba la mГєsica tГpica de este paГs – dijo aГєn el cubano, sinceramente conmovido – ; ahora la amo. Yo tengo algunos discos en mi casa; pero cuando parta de regreso, pienso llevarme una maleta llena.
Al oГrlo hablar de esa manera, todos los reunidos alrededor de la mesa lo miraron sin esconder su agrado. Gardel levantГі la mano con el Гndice apuntando hacia arriba.
– Cuente con los mГos. Le regalarГ© la colecciГіn completa.
– Y con algunos mГos – dijo Fresnedo desde el otro lado de la mesa.
– Y con los mГos tambiГ©n. Es decir, si los quisiera.
La Гєltima en hablar habГa sido Nina Mederos, que apenas lo habГa hecho antes. Entonces Capablanca se fijГі en ella y le sonriГі.
– No faltaba más. Por cierto, me ha gustado mucho su estilo de cantar.
– Gracias – dijo halagada la cantante, sonriendo con la mirada aВ Capablanca y, de paso, examinando brevemente aВ Marina Lemm. Г‰sta, por su parte, tambiГ©n sonriГі, en consonancia con el ambiente de alegrГa general que reinaba en la mesa.
En este punto apareciГі un individuo con cara de dueГ±o del cafГ© y se acercГі aВ Gardel. DespuГ©s de saludar calurosamente al cantor, se volviГі hacia Capablanca y le tendiГі la mano. Luego saludГі aВ Nina Mederos y aВ los demГЎs. Finalmente, fue aВ sentarse entre los mГєsicos del cuarteto e intercambiГі algunas palabras con Osvaldo Fresnedo. Bien pronto, Г©ste y sus hombres se pusieron de pie y se dirigieron al estrado para continuar con su actuaciГіn.
– Bueno, señor Capablanca – comenzó a decir Marina, en un tono mucho más comedido y respetuoso de lo que él hubiera esperado – , ¿por qué no nos cuenta algo de su experiencia profesional? Dicen que su récord de victorias es impresionante. Es casi imbatible.
– ¡QuГ© va, amiga! En este mundo nadie es imbatible – se defendiГі Г©l – . Esos son cuentos de camino y la mejor prueba fue la partida del debut. El nivel de los maestros internacionales es bastante parejo. Tienes un mal dГa y caes ante cualquier rival.
Gardel moviГі la cabeza, como si espantara una idea desagradable.
– Ya lo ha dicho usted: В«un mal dГaВ». Pero aquГ todos conocemos algГєn que otro detalle de su historia profesional y sabemos que casi nunca pierde. Y le aseguro que Buenos Aires pasarГЎ aВ la historia como el lugar en que el gran JosГ© RaГєl Capablanca defendiГі y mantuvo el tГtulo de campeГіn mundial de ajedrez. ВїNo piensan ustedes lo mismo? – terminГі diciendo, dirigiГ©ndose al resto de la concurrencia.
Los aludidos estuvieron ruidosamente de acuerdo. Y entonces Razzano propuso un brindis por la victoria del campeГіn. AsГ lo hicieron, y luego casi todos los presentes dijeron alguna palabra de apoyo aВ Capablanca. Algunos de ellos se deshicieron incluso en halagos hacia el cubano. De repente todos sabГan algo de ajedrez, todos estaban al dГa del campeonato y hasta conocГan detalles de su partida contra Alekhine. Y todos estuvieron convencidos de que Capablanca retendrГa el tГtulo de campeГіn por muchos aГ±os. Por su parte, Guillermo Barbieri afirmГі que sabГa jugar bastante bien, y que asistГa con frecuencia aВ un club para aficionados que habГa cerca de su casa. Le gustarГa, si en algГєn momento el seГ±or Capablanca disponГa de tiempo, probar suerte con Г©l. Г‰ste le respondiГі que lo tendrГa en cuenta, sobre todo si se lo encontraba en alguna de las simultГЎneas que pensaba dar en Buenos Aires. De todos modos, dijo con una alegre sonrisa, le recomendaba que no dejara la carrera de mГєsico, pues, ademГЎs de hacerlo muy bien, con ella sГ tenГa el sustento asegurado, lo cual no podrГa decirse seguramente de la prГЎctica del ajedrez.
– No crea, amigo – respondió Barbieri – la vida del músico es bastante dura.
Y mirГі al dueГ±o del cafГ©, que para entonces se habГa cambiado aВ una silla mГЎs prГіxima y sonreГa todo el tiempo, satisfecho de contar esa noche con invitados de tanto nivel. Capablanca, por su parte, dudaba para sus adentros. Le parecГa poco probable que alguno de los allГ presentes supiera en realidad en quГ© consistГan sus mГ©ritos como jugador de ajedrez. Pero igualmente se sentГa feliz de percibir tanto cariГ±o y calor humano por parte de personas aВ quienes veГa por primera vez. Si exceptuaba aВ Gardel, aВ quien tampoco conocГa personalmente, no habГa visto nunca aquellas caras que ahora lo miraban con una sincera admiraciГіn. Entonces el cantor, que oficiaba de patriarca de aquella cofradГa, puso la mano sobre el brazo de Capablanca y le dijo sonriente:
– No se preocupe por Guillermo, que lo suyo es tocar la guitarra. Eso sГ, muy bien. Pero no creo que se atreva con las piezas del ajedrez. Y usted, Вїpor quГ© mejor no nos dice cГіmo se siente en Buenos Aires? Ya se habrГЎ dado cuenta de que los argentinos son gente muy cariГ±osa,В Вїno?
Entonces reparГі en que Nina Mederos lo estaba observando de un modo raro, quizГЎs incluso provocador. Y se detuvo un breve instante en ella. No era una mujer hermosa, pero tenГa ojos profundos y labios gruesos y sensuales. En aquel momento, precisamente, los distendГa en una sonrisa que Г©l no lograba descifrar. Cuando iba aВ responderle aВ Gardel, JosГ© Ricardo tomГі la palabra y dijo divertido:
– Che Carlitos, no digás pavadas, que podés ponerlo al señor Capablanca en un aprieto.
– ¿Por qué? – dijo Nina Mederos, replicando a Ricardo, pero mirando de reojo a Marina Lemm – . ¿Acaso no es verdad que somos gente cariñosa?
– No, José – dijo Capablanca, dirigiéndose al guitarrista – no se preocupe. No son pavadas, como usted dice. Es cierto que siento mucho cariño aquà en la Argentina – y volviéndose hacia la Mederos – : Pero ustedes no son los únicos. Los cubanos también son muy cariñosos.
– SГ – respondiГі la aludida – , eso ya lo sabГa yo. Todo el mundo lo dice – y, haciendo una pausa se levantó – . Y ahora les pido disculpas; tengo que irme aВ cantar.
Capablanca considerГі que habГa llegado el momento de darle un vuelco aВ la conversaciГіn y dijo, para todos los que seguГan allГ:
– ¿Ninguno de ustedes ha estado en Cuba?
Gardel elevГі la voz para decir:
– TodavГa no; pero irГ© sin falta. QuizГЎs incluso pronto. La verdad es que me gustarГa mucho conocer aВ esa gente de su isla.
– Se la recomiendo. Le va gustar. Además, allà se le conoce y se le quiere mucho. Verá qué bien lo tratan.
– SГ – dijo Gardel. Su voz sonaba ufana – . Seguro que irГ©; pero serГЎ mГЎs adelante. Por ahora hay que seguir luchando por conquistar Europa. ВїVerdad, JosГ©?
Razzano levantГі la copa y brindГі por Cuba. Los demГЎs lo imitaron. Luego Capablanca preguntГі, de nuevo aВ Gardel:
– ¿Ha estado en España?
– Varias veces, en Madrid y en Barcelona; aunque también actuamos en Vitoria.
– Madrid es fabuloso – dijo Barbieri, que no habГa hablado mucho hasta ese instante, sobre todo La Gran VГa. ВЎQuГ© de minas en la GranВ VГa!
JosГ© Ricardo lo interrumpiГі burlГіn.
– ¿QuerГ©s que haga el cuento de la percanta que te encontraste en la GranВ VГa?
Gardel fingiГі que les peleaba.
– Dejen eso para otro dГa. ВїNo ven que hay una dama presente? DiscГєlpelos, seГ±ora. – AquГ hubo unos instantes de silencio y confusiГіn, y Gardel volviГі aВ dirigirse aВ Capablanca – . La Гєltima vez fue el aГ±o pasado. Grabamos en Barcelona y luego pasamos aВ Madrid y actuamos en el teatro Romea. Y el mes que viene, es decir, dentro de unos dГas, partiremos de nuevo.
– El primer viaje aВ EspaГ±a fue apoteГіsico – insistiГі Ricardo, que ya experimentaba los efectos del vino y seguГa varado en sus recuerdos – . Cuando actuamos en el Apolo, la reina y las infantas no salГan del teatro. La infanta Isabel iba casi todas las noches aВ vernos.
Carlos Gardel no lo desmintiГі. VolviГі aВ dirigirse aВ Capablanca y dijo sonriente:
– Es verdad; pero eso ya pasГі. Ahora hay que conquistar ParГs – y aclarГі que, al igual que la vez anterior, serГa primero EspaГ±a. En Barcelona pensaban grabar algunos tangos, entre ellos Г©se que le gustaba tanto aВ Г©l y que le habГan dedicadoВ hoy.
– Muchas gracias de nuevo – dijo Capablanca y, aprovechando la pausa que abrieron sus palabras, preguntó a Gardel por qué cantaba tangos – , quiero decir, por qué precisamente tangos.
El cantor pareciГі sentirse sorprendido por la pregunta, como si nunca antes se la hubiera formulado aВ sГ mismo.
– Al principio de mi carrera Razzano y yo interpretГЎbamos temas camperos. Pero luego me fui decantando por el tango. Creo que aВ la gente le gustaba mucho mГЎs. ВїY sabe por quГ©? Porque el tango naciГі aquГ, con esta gente; nacieron mezclados y crecieron juntos, el tango y los porteГ±os. Esta mГєsica es parte de nuestra conciencia, del alma nacional. Y yo soy muy criollo, Вїsabe? Soy parte muy firme de este pueblo. Creo que yo no sГіlo canto el tango; yo lo vivo. SГ, el tango es mi vida. Yo soy Г©l y Г©l es yo; yo soy el tango, amigo Capablanca.
– ¿PodrГa cantar otros gГ©neros?
– Claro que podrГa; pero en ese caso serГa un cantor de tangos que se ha prestado para cantar, eventualmente, otra cosa. No mГЎs que eso. Por cierto, usted me lo pregunta porque no sabe lo que es el tango. Ya le dije que es un sentimiento colectivo, el sentimiento del porteГ±o. Por eso, cualquiera con una buena voz puede cantarlo; pero no todo el mundo puede hacerlo bien. ВїY sabe por quГ©? Para cantarlo bien, hay que sentirlo. Para entonar un tango no basta con tener la voz mГЎs melodiosa del mundo. No.В Hay que sentirlo; y yo lo siento.
– ¿Y en otros idiomas? ¿No ha pensado en cantar algo en inglés? En los Estados Unidos hay un público enormemente extenso y rico.
– ¡QuГ© dice usted, mi amigo! Yo no podrГa cantar en otro idioma. Lo mГo es el espaГ±ol. Y es mГЎs, no sГіlo el espaГ±ol, sino el porteГ±o. No podrГa siquiera decirle aВ una mujer “¿me quieres?В». No lo sentirГa. Yo tengo que decir “¿me querГ©s?В», como decimos en porteГ±o. Para nosotros el В«vosВ» es tan importante como el aire. Si nos lo quitaran un dГa de repente, nos quedarГamos mudos de viaje. Y ya le dije que el tango es puro sentimiento. Sin sentimiento no hay tango, como no hay lluvia sin nubes oВ marejada sin oleaje.
– Entiendo – dijo Capablanca – . Sentimiento y pasión. Siempre me ha parecido que los rioplatenses le ponen mucha pasión a todo lo que hacen.
– Y le parece bien – respondiГі Gardel – . Eso es exactamente asГ. Por eso el tango existe, porque es pasiГіn. Todo ese mundo donde naciГі el tango estГЎ lleno de pasiГіn. Mujeres que aman y son capaces de cualquier cosa por su hombre; hombres que se baten con el cuchillo por mantener limpio su honor. No sГ© si sabe que el tango surgiГі en el arrabal, en los cafetines de mala muerte y en las casas de mala reputaciГіn. AllГ la gente es pobre y tiene poca cosa que perder; por eso tratan de conservar lo Гєnico que tienen, cosas que no se compran con dinero, como el amor, la amistad y, claro, el honor. De eso tratan las letras de los tangos, por cierto. ВїY sabe por quГ© gusta tanto? Porque estГЎ hecho con alma. Sale del alma del compositor, pasa por el alma del intГ©rprete y va directo al alma de quien lo escucha. Directo, como un puГ±al oВ una bala. No sГ© si me entiende.
En el silencio que sobrevino cada cual parecГa estar formulГЎndose su propia idea del tango. Nadie, sin embargo, se atrevГa aВ agregar nada aВ las palabras de Gardel. Г‰ste, que se sentГa en la obligaciГіn de mantener alegre aВ su invitado, le preguntГі de repente si no le gustaban las carreras de caballos. Al oГr la frase, Capablanca se alegrГі sinceramente.
– Yo soy un competidor nato, amigo Carlos – respondió enseguida – . Me gustan los retos y me gusta ganar.
– En eso nos parecemos, pues. Pero no me ha respondido. ¿Le gustan las carreras de caballos?
– Mucho, aunque no habГa pensado en ellas. ВїSe dan buenas en Buenos Aires?
Gardel riГі satisfecho.
– Eso depende. Si corre Lunático, seguro que la carrera es buena.
– ¿Quién es Lunático? ¿Un jockey?
– Es mi caballo – explicó Gardel – . Un potrillo que corre como una exhalación. Y el jockey es casi mi hijo. Se llama Leguisamo y es el mejor de los mejores. Se lo aseguro.
Capablanca se animГі mГЎsВ aГєn.
– ¿Cuándo corre?
– El domingo 23В de octubre, y quizГЎs tambiГ©n el siguiente. Yo estarГ© allГ, claro. Aunque estamos preparando el viaje y aВ lo mejor tenemos grabaciГіn algunos de esos dГas – AquГ Gardel extendiГі la mano hacia Razzano – . Pero nuestro amigo JosГ© no se pierde una carrera. Y usted, ВїirГЎ?
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notes
Примечания
1
Milonga Sentimental (MГєsica: SebastiГЎn Piana – Letra: Homero Manzi) fue compuesta en 1931, unos aГ±os mГЎs tarde de la Г©poca en que se desarrolla esta historia. Con ella los autores complacГan una peticiГіn de la cantante Rosita Quiroga. Г‰sta, sin embargo, no quedГі satisfecha con la composiciГіn, pues lo que esperaba y querГa interpretar era una milonga campera. De tal suerte, la obra permaneciГі inГ©dita hasta el dГa en que Mercedes Simoni la estrenГі en Montevideo, un tiempo despuГ©s. Se dice que SebastiГЎn Piana la compuso en algo menos de una hora. Por Гєltimo, espero que el lector sepa disculparme esta licencia. (La nota es del autor, al igual que todas las que aparezcan en lo adelante)
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